En Latinoamérica y el Caribe hay 23 millones de personas refugiadas, desplazadas en su propio país o apátridas, debido a seis grandes crisis humanitarias que ponen a la región en una emergencia sin precedentes, según cifras recientes divulgadas por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Esas seis crisis que aumentaron el número de desplazados están focalizadas en el norte de Centroamérica, triángulo formado por Guatemala, Honduras y El Salvador; en Nicaragua, Haití, Colombia, Venezuela y Ecuador, según el ACNUR.

Precisamente este año el Día Mundial del Refugiado, que se conmemora cada 20 de junio, se ha centrado en la solidaridad con las personas en esta condición.

Los refugiados son gente que ha tenido que abandonar sus hogares para huir de conflictos armados o de la violencia del narcotráfico, a veces por desastres naturales, pero siempre para escapar de una muerte segura o del hambre, la miseria y la desocupación.

El papa Francisco pidió a todos los países, en una audiencia general en la plaza de San Pedro, que “trabajen para garantizar condiciones humanas a los refugiados y para facilitar los procesos de integración”.

Del mismo modo que no es fácil para nadie tener que dejar su casa y su país para huir en busca de una mejor vida, tampoco es fácil para los países recibir, depurar y dar cabida a miles de desplazados, una situación que los dominicanos conocemos y padecemos.

Mientras florece el negocio de la venta de armas, que van a parar a manos de bandas, pandillas de delincuentes o grupos de narcotraficantes, la violencia se apodera de regiones enteras, se pierden tierras cultivables y se vacían ciudades, millones de personas se arriesgan a la muerte o a caer en las garras de la trata porque su lugar de origen se ha vuelto inhabitable.

Los refugiados necesitan solidaridad, pero esa solidaridad incluye también exigir a los gobiernos que se ponga fin a la calamitosa situación que los empuja, terminar con los conflictos, garantizar que puedan regresar a sus hogares, y apoyar a los estados que los acogen para que puedan brindarles oportunidades de estudiar, trabajar e integrarse.

La mayor solidaridad es trabajar por la paz, por un mundo más humano que permita a las sociedades desenvolverse en condiciones dignas, donde nadie tenga que dejar su tierra por la fuerza.

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