Un buen amigo afirmaba que el tiempo es oro, y enseguida repliqué, no, el tiempo es vida pues el oro perdido se repone, la vida no. Las promesas de Dios toman tiempo porque son una inversión para bendecir nuestras vidas. Un hongo tarda unos seis días en crecer, mientras que un roble se desarrolla en aproximadamente doscientos años. La obra de Dios excede al cronos humano y aunque tengamos elevadas expectativas, sus promesas son tan perfectas como jugosas para desbordar la copa de nuestros anhelos. No obstante seamos entendidos de modo que no saboreemos un cóctel de decepciones mientras se prepara el divino banquete, cuando Dios trabaja, lo temporal le queda exquisito pero lo eterno es su especialidad y si lo bueno toma tiempo, lo mejor demorará un poco más.