Recientemente nos visitó un viejo amigo sueco, a quien quisimos atender como se merecía. Lo llevamos a La Romana, donde conoció la espléndida marina de Casa de Campo y la pintoresca villa de Chavón.
Quedó maravillado de tanta belleza. En el trayecto pudo apreciar las extensas plantaciones de caña y también una bien cuidada ganadería. Luego lo llevamos al fértil valle del Cibao y subimos las altas montañas de la Cordillera Central, hasta llegar a Jarabacoa donde quedó extasiado por la exuberancia del paisaje. En el camino pasamos por Piedra Blanca y le dije que cerca quedaba la mina de oro de cielo abierto más grande del mundo. También a la distancia vimos los yacimientos de níquel de Falcondo, donde todavía aguarda una gran riqueza sin explotar.
Para que tuviese una visión completa del país, visitamos también Samaná, pasando por las grandes plantaciones de palma africana, por los extensos sembradíos de arroz, así como por los amplios cocotales. Durante el trayecto tuvimos el privilegio de poder recorrer la carretera recién construida con préstamos internacionales, la cual ofrece una esplendorosa vista panorámica. Quedó nuevamente deslumbrado.
Ante los miles de vallas publicitarias colocadas a lo largo de las autopistas, carreteras y caminos que recorrimos, me preguntó: ¿Quién es Danilo? Le dije que era el candidato del partido en el Poder. Esas vallas, agregué, las pagamos directa o indirectamente los contribuyentes. Siguió mirándolas en silencio.
En nuestro largo recorrido por el país, los conductores de vehículos le dieron una demostración completa. Giros de patanas en U en la autopista; vehículos pesados en el carril de la izquierda obstruyendo el tráfico; autobuses que se detenían en plena autopista a recoger pasajeros; automóviles haciendo piruetas más propias de un espectáculo de circo.
Carlos, me preguntó: ¿Y es que en este país las autoridades no regulan el tránsito? A lo que le contesté que a nuestros gobernantes lo que les interesa es construir grandes obras donde también pueden obtener jugosas comisiones.
Le dije que nuestro caótico tránsito no es una prioridad oficial, como tampoco lo es cubrir otras necesidades sociales. En el trayecto al aeropuerto, observé por el espejo retrovisor muchas luces de vehículos. Le dije: ahí viene el presidente. Para mi sorpresa era una caravana proselitista de Danilo. Pasaron una, dos, cinco, diez y sabrá Dios cuantas yipetas más, todas pintadas de brillantes colores amarillo y morado.
Detrás la seguía un impresionante séquito también de yipetas de último modelo, de las grandes y caras, como les gusta a los políticos. Nos rebasaron como diciendo abran pasos que aquí venimos nosotros, los dueños del país.
En ese momento sentí indignación, pero también, como dominicano, sentí una profunda vergüenza ante mi amigo sueco que no podía disimular su asombro. Al despedirse me dijo: Carlos, ustedes tienen un país maravilloso, lo que les falta es orden y disciplina. Yo pensé que mucho más.