Nuestra peña “Los parlanchines” nunca ha tenido participación pública, en esta oportunidad decidimos reconocer cuatro de nuestros contertulios que ya no están con nosotros y que en distintas áreas de la sociedad y la economía se destacaron por su talento, sus valores y su integridad. Ellos eran Julio Brea Franco, Eduardo Latorre, José Turull y Francisco Castillo Caminero. Me tocó el honor de leer la semblanza de nuestro gran amigo Frank Castillo, fallecido el 10 de julio del 2010. El acto sencillo, pero muy emotivo, contó con los familiares y amigos más cercanos de cada uno de ellos.
Francisco José Castillo Caminero nació el 6 de febrero del 1943. Hijo de Generoso Castillo Peña y Eulalia Caminero Maggiolo. Se casó con Altagracia Rivera, sus hijos Francisco José y Sandra Paola. Sus nietos Franz-Joseph, Alejandro José, Mia Alessandra, Liam Arturo y Tiago Josef.
Cursó estudios de Derecho y Economía en las universidades Autónoma de Santo Domingo, en la Católica de Lovaina y en la Universidad de Georgetown en Washington, D.C.
Su primer empleo fue como estadígrafo en el Centro de Malariología, trabajó en la Suprema Corte de Justicia, en CEDOPEX, en el Banco Nacional de la Vivienda, fue subsecretario de Industria y Comercio. Miembro destacado de la Academia de Ciencias de la República Dominicana y fundador del Banco ADEMI y de su fundación.
En el sector empresarial llega a la Asociación de Industrias de la República Dominicana durante la presidencia de José del Carmen Ariza, quien reconoció su talento siendo este funcionario, y luego es el mismo Ariza, que en momentos de gran tensión entre industriales e importadores, lleva al doctor Castillo a la Dirección Ejecutiva del entonces Consejo Nacional de Hombres de Empresas. Años más tarde es nombrado vicepresidente ejecutivo del CONEP. Treinta años de su vida ofreciendo su talento a esta institución.
Representó al país, con mucho acierto, con rango de embajador, en los tratados de libre comercio, encabezó con gran profesionalidad la Comisión Empresarial de Negociaciones Comerciales (CENI) y con mucho acierto cada año participó en las reuniones que se celebraban en Ginebra, en la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Su familia ocupó un lugar central en su vida, su esposa Laly, profesional al igual que Frank, de grandes valores y talentos. El orgullo que siempre sintió por los logros de su hijo Francisco José, pero sin duda Sandra, su hija, era la niña de sus ojos. Se le iluminaba la cara cuando nos hablaba de ella.
Mi relación con Frank fue como la de un hermano menor. Siempre se preocupaba, de que no caminara mucho, siempre estaba pendiente de acomodarme las muletas, me refería a él como doctol y él me llamaba Celso José y le decía “doctol, si las muletas están lejos y hay un fuego o temblor, todos salen corriendo y se olvidan de las muletas y él me decía con su afecto de siempre “salgo contigo, no te dejo”, ese era Frank.
Tenía la capacidad de frenarnos los impulsos a José Manuel Paliza, a Elena Viyella y a mí. Los tres éramos y somos impetuosos y él, con su calma de profesor, nos decía “no se metan en eso que les generará problemas y no resuelve nada positivo para el sector”.
Gustavo Volmar, en su artículo Pilar institucional, decía: “Las instituciones dominicanas son frágiles, pues sufren de los mismos males que afectan a nuestra sociedad. Son efímeras, propensas a conflictos internos, exhiben falta de continuidad en sus planteamientos, y son lastradas por grandes debilidades técnicas. Esa fragilidad hace que nos sea difícil concertar convenios y respetarlos posteriormente.
Detrás de las instituciones hay personas, y de vez en cuando aparecen individuos que actúan como el soporte sobre el que una institución puede construirse. No tienen que buscar protagonismos ni ocupar primeros planos. Basta que provean profesionalidad técnica, faciliten la conciliación y suplan continuidad operativa”.
Sin duda retrataba a Frank perfectamente, ya que tenía una consciencia clara de la institucionalidad, no buscaba primeras páginas ni salir en primer plano en fotos o revistas, sin embargo, su capacidad era tal que sabía incidir positivamente para lograr resultados para el sector empresarial y para el país.
Marisol Vicens, en su artículo “Un hombre íntegro”, decía que para algunos el éxito está en cuánto se tiene, no en cuánto se vale. Frank se ganó el afecto y el cariño por el patrimonio que tenía, que consistía en su capacidad, su talento, su sencillez. Era conciliador, bien pudo haber sido diplomático porque tenía el don de dirimir diferencias.
Respetado por todos los empresarios, por los políticos y los sindicalistas. Todos buscaban los consejos desinteresados y sabios de Frank. Sin proponérselo se convirtió en la cabeza de todos los directores ejecutivos, los que aprendieron de su forma de ser. No hace muchos días, conversando con un joven abogado me decía que mucho de lo que es se lo debía a las enseñanzas de Frank y qué falta hacía al sector empresarial.
Marisol, en su artículo al que hacemos referencia, decía “la honestidad es una cualidad tan escasa, que en la antigua Grecia, Diógenes salía con una linterna encendida a plena luz del día, para buscar hombres honestos. Y Frank era uno de esos hombres honestos, persona íntegra, plenamente consciente de sus deberes e incapaz de cometer cualquier acto reñido con la ética”.
Su ausencia ha sido sentida por todos y hoy sus “Parlanchines” le hacemos este homenaje para, no sólo recordar sus virtudes, sino para que las mismas perduren y se reproduzcan en la tierra y eviten que crezca la mala hierba, que de manera perniciosa encuentra terreno fértil en nuestro país.
Su nombre nunca será olvidado, no sólo para los que lo conocimos, incluso para aquellos que no pudieron aprender de él. A sus hijos y nietos les dejó la mejor herencia: sus valores, sus enseñanzas y un nombre sin manchas.
Sus amigos en los parlanchines y en otros ámbitos lo recordamos con afecto y yo especialmente nunca olvidaré el afecto, la sencillez y la capacidad de mi querido “doctol”.