El viaje de Obama a Cuba no mejorará la tétrica situación de los derechos humanos ni llevará aires de democracia a la isla, si bien termina una política de aislamiento que sólo ha servido para fortalecer la tiranía. Estados Unidos expandirá su dominio comercial en el área y el castrismo evitará así el derrumbe que ha visto en Venezuela. En esta nueva etapa de enamoramiento, habrá un partido de béisbol entre un equipo de Grandes Ligas y una selección cubana. La entrada al estadio será por invitación. Habrá allí banderas de los dos países y muchos aplausos. La selectiva concurrencia al estadio evitará los abucheos y los corresponsales quedarán fascinados por los sentimientos pronorteamericanos de los cubanos.
Muy pocos de ellos notarán en los pintados edificios en ruinas de La Habana, las huellas de los 56 años de restricciones, sacrificios y supresión de libertades en nombre de una perversa causa de redención de una tiranía dirigida por la misma gente, ni el fracaso de su esfuerzo en la construcción de un paraíso para los trabajadores. Un fracaso patético, a causa de lo cual se ha visto en la necesidad, para evitar una contra revolución, de darles un poco de aire a los cubanos, a los que se les está permitiendo tener lo que ya antes poseían, en realidad ventorrillos, sin llegar a admitir los negocios como una actividad lícita e indispensable.
Se ha dicho que Obama escuchará a los disidentes, probablemente su esposa a las Damas de Blanco y los miles de turistas que recién redescubren la isla quedarán encantados por la proverbial simpatía de los cubanos con los que se fotografíen y hablen en las calles y en los restaurantes, donde todavía no hay acceso para la gente común. La prensa ya habla de los avances en el proceso de apertura política, poniendo como ejemplo que más cubanos tienen acceso a la Internet a través de dos compañías estadounidenses, sin duda el mayor logro de la revolución en más de medio siglo.