Cuando las cosas no marchan como deseamos, nos damos por vencidos, decidimos no luchar más. Pero cuando abandonamos la batalla y al final perdemos la guerra, hemos perdido dos veces. La primera derrota la sufrimos cuando nos dejamos vencer por nosotros mismos, cuando nos quedamos sin fe. Algo similar sucede cuando creemos saberlo todo acerca de algo o alguien. En las escuelas modernas se habla de reaprender, olvidar todo lo que hemos aprendido a través de nuestra vida y comenzar a aprender de cero. Se trata de una especie de renacer, un despertar, volver a empezar. Cuando lo que sabemos nos llega a doler tanto que hiere profundamente nuestro corazón, es mejor olvidarlo. Si el conocimiento de una situación nos vuelve tristes y amargados, lo mejor es dejarlo atrás. Es penoso verse en la necesidad de adoptar una personalidad diferente a la nuestra, pero a veces, no nos dejan otra opción. Muchas personas se han encontrado un día ante una realidad, que aunque siempre estuvo ahí, por temor a enfrentarla, se hacían los ciegos y por todos los medios la ignoraban, aunque fueran secretos a voces. Sin embargo, conscientes de que lo más valioso es la tranquilidad propia y la paz interior, deciden ignorar todo lo que los lastima, total, tarde o temprano a todos les llega el día y la hora de pasar balance, se ven los activos y los pasivos. Lo importante es que al final nos quede algo que dar y no que solo tengamos cuentas que saldar. Por eso, creo que no está de más implementar un ejercicio sencillo: Mirar a todas las personas como si fuera la primera vez que las viéramos, como si no las conociéramos, como si no supiéramos todo lo que pueden ocultar. Eso quizás sería fingir, pero de esa forma pasaríamos inadvertidos en esta sociedad, donde al parecer todos tienen muchas cosas que esconder, al fin y al cabo, cuántas veces no nos habrán igualado con personas con las que no tenemos nada en común. No hay que olvidar que la persona más importante y amada de este mundo es uno mismo. No debemos permitir que las malas acciones de otros nos dañen al punto de llegar a igualarlos, quizás no lleguemos al extremo de poner la otra mejilla, pero no podemos olvidar que existe una justicia divina, que es implacable y como cada quien sabe lo que debe, puede hacerse más o menos una idea de lo que al final tendrá que pagar.
A veces hay que empezar de cero
Cuando las cosas no marchan como deseamos, nos damos por vencidos, decidimos no luchar más. Pero cuando abandonamos la batalla y al final perdemos la guerra, hemos perdido dos veces. La primera derrota la sufrimos cuando nos dejamos vencer por nosotros&#