Protestar, reclamar, exigir, cuestionar, criticar, expresar libre y públicamente ideas y posiciones, son derechos consagrados en el texto constitucional de República Dominicana, definida como un Estado Social y Democrático de Derecho, condición consagrada en el artículo 7 de nuestra Carta Magna.Este apartado de la Ley Sustantiva establece que nuestro Estado “está fundado en el respeto de la dignidad humana, los derechos fundamentales, el trabajo, la soberanía popular y la separación e independencia de los poderes públicos”.
El artículo 49, igual consagra y protege esos derechos, por cuanto refiere que “toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, ideas y opiniones, por cualquier medio, sin que pueda establecerse censura previa”.
En cada página de nuestra Constitución, la palabra libertad se repite con cierta frecuencia, lo que le otorga un carácter liberal y plural, y que fue precisamente la razón que le generó elogios y apoyo mayoritario por parte de la sociedad dominicana.
Entonces, sobra discutir el derecho que tienen las miles de personas que el pasado domingo salieron a la calle a reclamar un nuevo orden en materia de administración y aplicación de justicia, bajo el lema de no más impunidad y castigo para los corruptos.
Sin embargo, como muchos buenos dominicanos y dominicanas, entiendo que estas acciones deben ser encaminadas por el pueblo, el soberano como lo establece el artículo 2 de la Constitución; sin manos ocultas que intenten pescar en río revuelto para sacar provecho político-partidista de esta coyuntura.
Aquí de lo que se trata es de empoderamiento, de soberanía popular expresada por el más genuino interés de que República Dominicana sea una nación donde valga la pena vivir; donde los malos paguen justamente por sus errores y los buenos reciban los beneficios de su correcto accionar.
Nadie en su sano juicio puede satanizar el derecho que tienen los pueblos a reclamar que el Estado en que viven se conduzca por senderos cuyo objetivo fundamental sea el bienestar y progreso de cada uno de sus habitantes.
Enarbolar actitudes arrogantes e ignorantes en torno a lo que significa y representó esta multitudinaria expresión popular, es ponerse de espaldas a los procesos de cambio que viene experimentando el mundo. Y este no es buen consejo.
Los máximos representantes del Gobierno que encabeza el presidente Danilo Medina manifestaron lo que piensan al respecto, y de entrada se aprecia una voluntad real de querer poner el oído en el corazón del pueblo.
Ahora hace falta ir del dicho al hecho, y no dilatar decisiones y disposiciones tendentes a cerrarle el camino malo a comportamientos impúdicos y contrarios a los intereses y objetivos nacionales.