La semana pasada, en el Almuerzo Aniversario de la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD), el empresario Julio Brache llamó la atención sobre la urgencia de darle un impulso decidido a las exportaciones. Aunque lo hizo en referencia al sector industrial y lo acompañó de otros cuatro retos que enfrenta el sector, el llamado puede generalizarse. Además, lo hace en un momento tremendamente oportuno simplemente porque el tiempo se acaba y todavía hay oportunidad de evitar una crisis.
Precariedad exportadora
Desde hace más de una década, las exportaciones de bienes no se muestran dinámicas, y aunque las de servicios, en particular el turismo, han contribuido a compensar en parte el rezago exportador, esto no ha sido suficiente como para darle a la economía la holgura necesaria de divisas generadas desde fuentes sanas. Entre 2000 y 2015, las exportaciones reales per cápita de bienes crecieron a una tasa media de apenas 0.1% por año. De allí que, medido en esos términos, estamos prácticamente en el mismo punto que hace más de 15 años. Esto ha sucedido, aun considerando las exportaciones recientes de oro. Si las descontáramos, el balance sería más negativo.
Si este precario desempeño no ha afectado negativamente el crecimiento económico por la vía de la escasez de divisas y la imposibilidad de importar lo necesario para crecer es porque ha habido suerte: dinero barato en el mercado internacional de capitales (gracias a la crisis internacional que obligó a los bancos centrales de los países ricos a prestar barato) lo que le ha permitido al Estado endeudarse sin inconvenientes y a bajo costo, inversión extranjera llegando ante la falta de oportunidades en muchos mercados, y más recientemente, petróleo barato.
Pero la suerte no durará por siempre, y pronto habrá que tener capacidad de llenar los huecos que dejen los créditos más caros, el petróleo más caro (aunque no llegue a precios tan altos como en el pasado) y las inversiones que no lleguen porque encuentren otras oportunidades. Ya la tasa de interés y el rendimiento de las acciones en Estados Unidos se han ido recuperando, la inversión extranjera no crece a los ritmos de antes, y el precio del petróleo, aunque se mantiene bajo, ya no está en los ultrareducidos niveles de hace algunos meses, y al menos en el mediano plazo es esperable que se incrementen. Además, la inversión extranjera no es gratuita: en 2015 la repatriación de utilidades de empresas extranjeras fue de más de tres mil millones de dólares.
De allí que, de no revertirse esta tendencia, la economía dominicana se enfrentaría, a mediano y largo plazo, a una importante restricción externa que comprometería el crecimiento, y con ello la posibilidad de reducir el desempleo y la incidencia de la pobreza, y de incrementar las remuneraciones laborales.
La respuesta necesaria
La única respuesta robusta, sostenible y sana es incrementar las exportaciones. En una economía pequeña como la dominicana, no hay manera de exagerar la importancia de exportar. El principal beneficio es que permite que la economía crezca porque genera las divisas necesarias para importar los bienes para la inversión y un conjunto de mercancías críticas para la economía (p.e. hidrocarburos y alimentos) los cuales no producimos.
Aunque bajo ese criterio, todas las exportaciones son buenas, la verdad es que no todas son iguales, porque generan impactos muy diferenciados en la cantidad y calidad de los empleos; en el aprendizaje, la capacidad para escalar tecnológicamente e innovar; en el desarrollo de los territorios; y hasta en el medioambiente y los recursos naturales. Pero eso no contradice, sino que matiza el rol crítico que juegan las exportaciones de bienes y servicios en el desarrollo de una economía, y debe orientar estratégicamente el esfuerzo exportador.
Es cierto, sin embargo, que no todo fue una historia negativa en materia exportadora en los últimos quince años. Vale reconocer que la aguda caída de las exportaciones de confecciones textiles a mediados de la década pasada contribuyó a reducir sensiblemente el valor total de las exportaciones, y que después de eso, las ventas al exterior se recuperaron, y se diversificaron tremendamente, tanto en productos como en mercados de destino. En una perspectiva positiva, este cambio mostró que el país tenía una capacidad exportadora que no se mostraba, que muchas mercancías producidas tanto dentro como fuera de las zonas francas podían ser colocadas exitosamente en los mercados internacionales (incluyendo en Haití), y que el país no estaba condenado a depender de las exportaciones de un reducido número de mercancías dirigidas a un solo mercado. Este desempeño sugiere también que todavía hay capacidad latente por explotar, y que debe ser aprovechada.
Hay que reconocer que hay un problema de base muy profundo: la industria, la agropecuaria y el sector servicios son insuficientemente productivos, con frecuencia su oferta acusa serios problemas de calidad, y tienen poca capacidad para competir en los mercados internacionales. Todo ello tiene que ver con el hecho de que tienen capacidades tecnológicas restringidas. También que nuestras instituciones y nuestro clima de negocios no atraen las mejores inversiones que contribuyan a superar esos déficits.
Pero aún en ese contexto, cuya superación sólo es posible a largo plazo, existe la posibilidad de explotar los “potenciales escondidos” del aparato productivo que permitan incrementar las ventas al exterior y colocar al país en una posición más ventajosa.
Objetivos para el cambio
Hay al menos cinco objetivos que ameritan atención inmediata, y que permitirían acortar las enormes brechas que nos separan de las prácticas que ya están estandarizadas en la mayor parte del mundo.
Primero, hay que trascender el esquema de incentivos tributarios vigente el cual no discrimina ni se enfoca en objetivos específicos de desarrollo. Esto supondría reemplazar los actuales incentivos o complementarlos con otros (fiscales o de otro tipo) que promuevan específicamente, por ejemplo, exportaciones que generen más empleo y de más calidad, inversiones en territorios priorizados, y actividades de exportación que generen más aprendizaje.
Segundo, hay que dotarse de una política definida y explícita de promoción de exportaciones y atracción de inversiones, que priorice actividades y mercados específicos. Las políticas pueden abrir el espacio a cualquier actividad, sin discriminación, pero los esfuerzos públicos no deben ser neutrales, sino que deben prestar atención particular actividades que generen los impactos sociales y productivos deseados. Está demostrado que abrirse y sentarse a esperar no es una opción. Hay que salir a buscar lo que se quiere y empujar hacia donde se desee.
Tercero, es necesario resolver la multiplicidad y maraña de entidades, mandatos y competencias, el fraccionamiento y la desarticulación que prevalece en el entramado institucional en materia de promoción de exportaciones y atracción de inversiones, y que genera cuellos de botella, retrasa procedimientos y presenta una imagen caótica y desorganizada del ambiente de negocios en el país. Urge simplificar y articular las instituciones a través de la readecuación de mandatos y funciones para darle coherencia y efectividad a las intervenciones y a la labor de facilitación.
Cuarto, hay reformas normativas que no pueden esperar. La primera es la nueva ley de aduanas. Con una como la que tenemos, de 1954, no hay manera de ponernos a la altura de las circunstancias del comercio del siglo XXI. Ameritamos además una nueva ley de inversión extranjera que promueva con especial atención las inversiones que queremos y necesitamos, en consonancia con los objetivos de desarrollo. Pero también urge una nueva ley para el Centro de Exportación e Inversión de la República Dominicana (CEI-RD), que le adecue a las mejores prácticas internacionales y le convierta en una institución capaz de dar servicios transversales y con capacidad de convocar y coordinar a todas las instituciones públicas con roles en materia de exportaciones e inversión extranjera, las cuales van desde Aduanas, hasta el Ministerio de Salud Pública, pasando por la DGII, el Ministerio de Agricultura, la Jurisdicción Inmobiliaria, las alcaldías y el Ministerio de Medio Ambiente.
Quinto, hay que lograr una imagen única del país y articular una plataforma única física y virtual para promover exportaciones y turismo, y atraer inversiones de calidad con vocación exportadora. Esto debe incluir, además, desarrollar una red de servicios en el exterior, con sede en las embajadas y consulados, reconocibles de forma homogénea en todo el mundo, y con capacidades técnicas adecuadas.
La falta de prioridades y estrategias, la desarticulación institucional, las pobres capacidades técnicas y la ausencia de servicios de calidad para las exportaciones y las inversiones son un lastre que no nos podemos dar el lujo de seguir arrastrando.