La Organización Internacional para las Migraciones ha hecho la perturbadora proyección de que 20,000 inmigrantes podrían morir este año en el Mediterráneo, intentando llegar a las costas europeas.
Para comprender este fenómeno, debemos señalar que la valla fronteriza de época de la Guerra Fría entre Bulgaria y Turquía, desmontada por innecesaria luego de la caída del Muro de Berlín, fue discretamente reconstruida con fondos de la Unión Europea para detener el flujo de refugiados y perseguidos de los mataderos que desangran a Siria, Irak y otros lugares del Medio Oriente.
Cortado el paso en Bulgaria, el flujo de refugiados se dirigió a la anarquizada Libia, cuyo Estado colapsó, luego de la caída del dictador Gadafi, precipitada por los bombardeos de aviones de países Occidentales, pues el país quedó sumido en una interminable guerra entre facciones y milicias, que se financian parcialmente con el tráfico de inmigrantes y refugiados, que intentan llegar a través del Mediterráneo a costas europeas.
El vacío institucional libio y el resultante caos social, no solo ha atraído a los refugiados del Medio Oriente, sino a los inmigrantes del continente africano, “que se ha vuelto más pobre, más hambriento, más frustrado y enojado”, debido al fracaso de los proyectos nacionales, provocado por numerosos conflictos sangrientos, la degradación ambiental, la corrupción e ineptitud gerencial, entre otras causas.
La muerte de 800 inmigrantes, el pasado mes de abril, obligó a la clase política europea a tomar mediadas urgentes para evitar tragedias similares, pues la “UE había reducido su capacidad para el rescate marítimo, justo en el momento más necesario, dejando a los italianos efectivamente solos para enfrentar esa responsabilidad colectiva”.
El influyente diario alemán Die Zeit “describe acerbamente (y críticamente) el sentimiento de los líderes de la EU cuando se encaminaban a su reunión de emergencia sobre inmigración: No deseamos que los inmigrantes se ahoguen; (pero) no lo deseamos aquí. ¿Entonces, qué hacemos?”. La solución apunta a emular la solución “española” en Ceuta y Melilla, donde se endureció el control fronterizo, incluyendo una valla, y se estrechó la colaboración, incluyendo ayuda financiera, con los países de paso para detener el tránsito. Las lecciones para nuestro país son muchas. Aquellos que, apoyados en la “comunidad internacional,” denunciaron la idea de una valla fronteriza, como la “valla de la vergüenza” simplemente han hecho el ridículo.
En segundo lugar, la posición de los países “adelantados” es infinitamente más dura que la de los dominicanos, pues no solo están deteniendo el paso a los emigrantes económicos, de sus propias ex-colonias, sino de conflictos sangrientos, donde han tenido incidencia histórica. Y los dominicanos, ¿qué responsabilidad tenemos del terremoto, o del fracaso de la sociedad haitiana? Un pequeño país que ha peleado en su propia tierra, todas sus guerras contra extranjeros. ¡ Qué injusto se ha sido con nosotros!