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[En relación a la publicación de “Una proposición de Jonathan Swift” para comerse los niños pobres en beneficio de los señores quasi feudales de su época, que en realidad devoraban a todos los pobres y todos los beneficios, recibí otra propuesta de un periodista, de cuyo nombre no quiero todavía acordarme, sugiriendo que en vez de los niños pobres nos comiéramos a los políticos para saciar la sed de justicia y hambre que padece el pueblo dominicano, de lo cual dejé testimonio en la entrega anterior. Es una propuesta de doble sentido. Comerse a los políticos para saciar el hambre y comerse a los políticos para adecentar la política. Una propuesta impecable.
Sin embargo, la reluctancia a comer tan desagradable platillo se manifestó en varios mensajes de gente que me pedía una receta para convertir en algo apetecible lo que sería un bodrio, algo correoso e incomible y vomitivo.
Acudí entonces a los buenos oficios de Sara Pérez, una buena amiga a la que no conozco personalmente, y me envió esta receta de político a la puya que no tiene pierde:
“Para cocinar un político, se deben seguir los mismos pasos que para cocinar un puerco.Despojado el espécimen de sus vísceras, pelos y otros anexos indeseables, debe adobarse con abundante jugo de naranja agria, sal marina, pimienta, ajos y orégano y dejarse en ‘reposo’ de un día para otro. Luego, hay que ensartar la criatura, entrando una ‘puya’ por el ano y sacándola por la boca y colocarla a tres cuartos de un metro sobre brasas, dándole vueltas permanente para que se cocine parejo. Si se desea que el cuerito quede bien crocante, hay que embadurnar con grasa todo el exterior. Sírvase con una manzana en la boca y acompáñese con moro de habichuelitas negras y ensalada de papas. Si el animal seleccionado tiene el tamaño y la contextura de Félix Bautista, para que esté en su punto el asado tardará unas ocho horas, pero si tiene el tamaño y la edad de Euclides Gutiérrez, no piense en hincarle el diente antes de 16 horas. La gente dice que envenenan, pero esas son leyendas urbanas difundidas por los propios políticos tratando de salvaguardarse. No hay platillo más delicioso y saludable. Yo me como uno cada vez que lo encuentro y nunca me he muerto. Una botella de exquisito ron criollo ayuda muchísimo para la digestión”.
La experta culinaria -dicho en el buen sentido de la palabra- lamentablemente no explica si no es mejor meter la puya cuando los animales estén vivos, empalarlos vivos como hacía mi lejano pariente el Conde Vlad Dracul, que Dios tenga en su gloria. Acontinuación, la tercera y última parte de “La proposición de Jonathan Suift”. (PCS)].
Tercera Parte
Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicta a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.
Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.
No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.
Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.
Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a los padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.
Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda. (Jonathan Swift).