La cantidad de inmigrantes haitianos en República Dominicana es un debate recurrente. Que si un millón, que si millón y medio, que si dos millones, que si tres…
Durante décadas, el Estado no ha sido capaz de presentar una estimación única del tamaño de este grupo poblacional. Pero se sabe, con absoluta certeza, que cientos de miles de hombres y mujeres que alguna vez salieron de Haití en busca de mejores condiciones materiales, hoy están establecidos por todo lo largo y lo ancho del país.
Han conformado la mano de obra por excelencia de la construcción, movieron y mueven las ruedas del sector azucarero, actualmente representan -según el Ministerio de Agricultura- el 93% de los trabajadores del campo, y son los progenitores de una minoría poblacional que lucha por hacerse visible, superar la pobreza de sus padres, y desmontar los prejuicios culturales que giran en torno de su doble nacionalidad.
Los dominicanos de ascendencia haitiana son muchos, cientos, miles o ¿cientos de miles?. Y ahora procuran alcanzar sus aspiraciones colectivas a través del ejercicio de sus derechos civiles y políticos.
Los jóvenes Rubén Jean Batiste Latorti y Juan Enrique Telemín son dos ejemplos indiscutibles de esta realidad, que tiene a la fenecida activista Solange Pierre como referente de éxito y reconocimiento internacional.
Proyectos
“Quise crear conciencia a los jóvenes domínico-haitianos de que debíamos participar y ser un ente activo en la sociedad, para que todos nos sintiéramos orgullosos de la ascendencia de nuestros padres. Comencé a reunirme con varios líderes religiosos, maestros y líderes comunitarios. Les planteé mis ideas para formar un grupo político, social y religioso de ascendencia haitiana”, resalta Batiste Latorti cuando recuerda las razones que en el 2007 lo motivaron a fundar el Movimiento Político Comunitario Domínico Haitiano (MPCDH), junto a un grupo de amigos. Para entonces este profesor de matemáticas era funcionario del Ministerio de Educación, y su plataforma supuestamente tenía la firma de respaldo de 20 mil residentes en tradicionales zonas de inmigrantes.
La idea no consistía en conformar un frente político-electoral, sino una estructura capaz de reclamar, votos en mano, la atención de los grandes partidos que se disputan el control del Estado. El movimiento quiso emular la práctica tan común entre los dominicanos y demás latinos que residen en los Estados Unidos.
Pero aquel intento no duró más de dos años. Batiste Latorti dice que comenzó a recibir presiones y amenazas de las fuerzas conservadoras de la política local, por lo que tuvo que abandonar el proyecto, su trabajo y hasta el país.
El recuerdo del proceso lo comparte mediante correo electrónico desde Barcelona, ciudad en la que reside con el permanente deseo de volver a trabajar por el progreso económico y civil de su grupo de origen.
Cuando vuelva -si vuelve- quizás se encuentre con que entre las comunidades cañeras del Este varios jóvenes de ascendencia haitiana comenzaron a aplicar ideas similares a las suyas.
Juan Enrique Telemín, de 25 años, hoy trabaja en un movimiento cívico donde reclama que la Junta Central Electoral (JCE) entregue los documentos de identidad a miles de hijos de inmigrantes haitianos. Pero en las elecciones del 2016 intentará dar un paso más adelante. Junto a varios miembros de su generación, buscará que en los bateyes de Guaymate todo el que tenga cédula vote por la fuerza política más comprometida con las necesidades fundamentales de la zona, habitada esencialmente por los “hijos de la caña”.
“Yo creo que es la inserción, el derecho a la inserción, que nos permitan insertarnos en la sociedad. Estamos excluidos, excluidos en todo el sentido de la palabra. A lo mejor no estamos sufriendo los efectos como los del Ku Klux Klan de los Estados Unidos. Pero sicológicamente y, digamos, hasta políticamente, estamos siendo víctimas de un proyecto malvado de exclusión”, piensa Telemín, quien antes de dar rienda suelta a estos planes deberá conseguir la cédula que la JCE le suspendió, como a otros tantos muchachos y muchachas de La Romana, San Pedro de Macorís, Higüey, Monte Plata, Bahoruco y Barahona.
La agenda
Las acciones de personas como Rubén y Juan Enrique, hasta ahora, no ocurren bajo una coordinación general. Son aisladas. Pero desde la distancia hay quienes las estudian como parte de un proceso social indetenible y en expansión.
Edwin Paraison, dedicado a la atención de la diáspora haitiana desde la Fundación Zile, está seguro de que, desde los tiempos del apogeo de la industria azucarera, cuando el presidente Joaquín Balaguer entregaba cédulas a inmigrantes sin documentación para que votaran por él, la dirigencia política nacional ha mantenido una especie de “amor escondido” con los haitianos y sus descendientes. Dice que suelen pedirles el voto para ganar la contienda electoral, sin más compromiso que el clientelismo de momento.
Pero ahora, considera Paraison, la comunidad domínico-haitiana parece tener una clara agenda de reclamo político y ciudadano para presentar a los líderes internos o externos que buscan alcanzar o mantenerse en la dirección del Estado. Ésta incluye “el asunto” de la nacionalidad de los hijos de los haitianos que estaban en el territorio antes de la reforma constitucional del 2010; la regularización del estatus migratorio de los haitianos que llevan décadas trabajando en el país; y la atención de las condiciones de pobreza de los bateyes y demás zonas habitadas por la minoría.
Promotores del acercamiento
Guy Alexandre, intelectual e investigador haitiano, ve desde Puerto Príncipe cómo los dominicanos de ascendencia haitiana participan del tablero político nacional, pero sin reconocer públicamente sus orígenes sociales por temor a las presiones del entorno. Recuerda el caso de José Francisco Peña Gómez, líder máximo del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), quien padeció los más fieros ataques de las fuerzas conservadoras por el solo hecho de ser señalado como ascendiente de haitianos. Lo acusaron de querer llegar a la Presidencia para unificar las dos repúblicas que comparten la isla.
Pese a estas presiones, Alexandre entiende que los domínico-haitianos, por compartir y conocer las dos culturas, las dos nacionalidades, pueden convertirse en importantes actores políticos en el debate de la problemática binacional.
Podrían ser capaces de ayudar a la comprensión mutua entre Haití y República Dominicana.
Observadores
Antonio Pol Emil
Regidor
El regidor de San Pedro de Macorís Antonio Pol Emil es dominicano de ascendencia haitiana. Está seguro de que, a pesar de los prejuicios, el grupo poblacional puede ejercer sus derechos políticos cada vez con mayor libertad, aunque reconoce que faltan prejuicios particulares por vencer.
Pedro Catrain
Politólogo
Dice que la exclusión de los haitianos y sus hijos “es un problema de racismo, un problema fundamentalmente de una visión antihaitiana muy arraigada que hay en un sector conservador de la sociedad que va desde Balaguer hasta el Cardenal”.
Edwin Paraison
Investigador
Paraison explica que muchos dominicanos de ascendencia haitiana han superado las condiciones de pobreza de sus padres. Tienen mayor capacidad de acción sobre la realidad.