Sin importar clase social, nivel educativo, creencia religiosa o afiliación política, miles de dominicanos y dominicanas resumen en una sola frase la lógica que rige las relaciones sociales en esta República. Es una frase que usted, si reside en nuestra media isla de maravillas, escuchó, pronunció o pensó en algún momento reciente. Haga memoria.
Aparece en cualquiera de los tantos tapones de Santo Domingo, cuando carros, transeúntes, camiones, motoristas y guaguas compiten por imponer su premura, creando de paso un caos tan antiguo como enciclopédico. Brota colérica cuando el funcionario acusado mil veces de corrupción se mantiene como aliado, hijo postizo o principal colaborador del mismísimo Presidente.
Un ciudadano o ciudadana cualquiera la levanta con indignación al observar que el Ministerio Público, es decir, el mismo Gobierno, facilita sin disimulo la puesta en libertad de los grandes estafadores del sector financiero.
Me refiero a una frase exclamativa de apenas cuatro palabras, también pronunciada por quienes de repente se enteran de que trabajar como un animal durante un mes no garantiza los ingresos necesarios para probar buen bocado o llevar a un miembro de la familia al médico sin incurrir en endeudamiento.
La sueltan aquellos que se dan cuenta de que las autoridades sólo mantienen el precio de los combustibles y el servicio eléctrico estables en tiempo de campaña política. Se padece en los hogares que no se atreven a denunciar a los ladrones y narcotraficantes de sus comunidades porque saben que esos malhechores operan en contubernio con agentes y altos mandos de la Policía y la Dirección Nacional de Control de Drogas.
¿Acaso usted no la empleó tras conocer que en el país se producen y comercializan embutidos cancerígenos, de baja calidad nutricional y contaminados con bacterias fecales?
La escucho desde que soy un niño. Pero es a mis 26 años cuando me doy cuenta de que, bajo los efectos de la indignación y la impotencia, el dominicano comprende y describe de un trancazo, y con absoluta exactitud, los instintos primarios e irracionales que a diario desplazan los principios y normas de nuestro Estado. Se trata de una expresión tan popular como recurrente, que nos compara con un escenario donde la fuerza –no la razón, ni la justicia ni el amor- es la única ley. Haga memoria, y dígame ([email protected]) si recientemente no pensó, dijo o escuchó la frase de catarsis y autocrítica “¡Esto es una selva!”.
Para mí es una sabia y objetiva exclamación que, en vez de llevar a los oscuros túneles del pesimismo, permite discernir lo que somos y, en contraposición, pensar y proyectar lo que anhelamos ser. Porque eso sí, podemos y debemos convertirnos en otra cosa, en una sociedad verdaderamente democrática, justa y racional. Pronto amanecerá. Tiene que amanecer.