Desde el triunfo de la llamada revolución cubana, la enorme ventaja de la izquierda dominicana, fenómeno observable también en el resto de Latinoamérica, ha sido el temor de sus adversarios ideológicos a calzar la etiqueta de reaccionario o derechista. Así, las personas con capacidad para entrar al debate han abandonado el ruedo mucho antes de que soltaran al toro.
He usado deliberadamente la frase “la llamada Revolución cubana”, porque la experiencia de este más de medio siglo de tiranía castrista encaja perfectamente con la definición que una vez hizo Carlos Fuentes cuando le preguntaron qué creía de la revolución mexicana, a lo que respondió diciendo que los mexicanos simplemente necesitaban otra.
Debido a ese miedo al debate, la confrontación en el campo de las ideas se redujo por años, y aún lo vemos entre nosotros, a una especie de soliloquio, en el que sólo se escuchaba y escucha una voz. Conscientes de este cuadro deprimente, dibujado precisamente a fuerza de propaganda y distorsión deliberadas, la izquierda extrema no vaciló nunca en apelar a los epítetos de reaccionario, fascista o gusano contrarrevolucionario, para descalificar a todo aquel que se atrevía, y aún se atreve, a asumir su derecho de buscar la verdad por sus propios medios, anteponiendo reservas, sobre todo de tipo moral, a las verdades marxistas.
Y como nadie quería ni todavía quiere ser reaccionario y la condición de izquierdista y de liberal, en el sentido político que a esta última en nuestra región le damos, le venía y viene bien a mucha gente, sobre todo en el aspecto material, muy pocos indagaban e indagan en busca de la verdad y la razón, y el debate, en consecuencia, quedaba y queda en manos de una sola facción, aunque debo reconocer que eso ha comenzado a cambiar en los años recientes.
Como lo dijera Alejo Carpentier: “Como si yo no supiera que el escritor que se pelea con la izquierda está perdido”.