Una agenda para el desarrollo productivo

La ausencia de debate sobre temas sustantivos para el país en la pasada campaña electoral fue pasmosa, incluso a pesar de que varios partidos presentaron detalladas propuestas de políticas públicas. Aunque no hubo discusión sustancial de ellos,&#8230

La ausencia de debate sobre temas sustantivos para el país en la pasada campaña electoral fue pasmosa, incluso a pesar de que varios partidos presentaron detalladas propuestas de políticas públicas. Aunque no hubo discusión sustancial de ellos, en los medios y la opinión pública, los temas que más acapararon la atención fueron el fiscal y el relacionado con la seguridad pública. Pero poca o ninguna atención recibió uno neurálgico para el bienestar general y la creación de empleos de calidad: el de desarrollo productivo.

En algunos programas de gobierno se avanzan propuestas sectoriales que merecen atención. Sin embargo, un balance de ellas revela que la discusión está todavía verde, que la sociedad no le ha puesto suficiente atención al tema, y que no se percibe lo suficiente el nivel de agotamiento del modelo de desarrollo productivo adoptado hace más de dos décadas.

Los indicadores de ese agotamiento son evidentes en el desempeño exportador, en el desempeño de la producción de bienes que compite con las importaciones y en los indicadores de competitividad del país comparados con el resto del mundo. Los gráficos adjuntos proveen alguna evidencia de eso. En los últimos tres años, el valor real per cápita promedio de las exportaciones de productos no mineros no está muy alejado del que fue hace unos 15 años, y los indicadores de competitividad del país se mantienen esencialmente estancados.

Sólo el sector empresarial ha mostrado signos de preocupación, pero al menos parte de él ha pretendido que la respuesta fundamental a este problema tome la forma de reducciones en beneficios laborales y en las cargas impositivas. Se puede pensar en reformas inteligentes de las reglas laborales e impositivas que no comprometan las retribuciones laborales ni debiliten la posición fiscal al tiempo que facilitan los negocios, pero eso difícilmente sería una pieza clave de una nueva política de desarrollo productivo.

El meollo de la cuestión productiva reside en el entramado institucional y de políticas que influyen directamente sobre tres cosas: a) el emprendimiento y el nacimiento de nuevos negocios, b) el crecimiento de las empresas y de su productividad, y c) el nivel de acceso a mercados ampliados y su aprovechamiento.

Sobre el emprendimiento y la creación de nuevas empresas, hay que hacerse preguntas como: ¿cuál es la situación, las facilidades y los obstáculos, que enfrentan las personas que quieren iniciar un negocio? ¿Cuáles son las políticas y las prácticas que podrían facilitar ese proceso? No se trata sólo de los obstáculos burocráticos y las cargas impositivas, como se suele pensar. Tan importantes como esos problemas lo son la falta de conocimientos y habilidades de quienes quieren emprender para incrementar la probabilidad de tener éxito, y las barreras para el acceso a otros recursos distintos del conocimiento como los financieros. Sin conocimientos generales de gestión de empresas y específicos de la actividad de que se trate, sin conocer cuáles son las buenas prácticas en esos negocios y sin dinero, las probabilidades de éxito son muy pequeñas. De allí que facilitar capital semilla, programas de formación, compras públicas que favorezcan a las empresas jóvenes y promover programas de incubación de empresas con servicios integrados son algunas de las opciones sobre la mesa.

Con respecto al tema de lograr hacer crecer las empresas y promover el incremento de su productividad, las barreras en el acceso a financiamiento parece que es el problema más importante que enfrentan. Frecuentemente es por falta de información sobre las potencialidades de las empresas o por falta de capacidad general para hacerlas crecer. Ayudar a que las empresas sepan conocerse a sí mismas y sus posibilidades, vinculándolas, por ejemplo, a las universidades o a grupos de conocimientos especializados, tanto en términos de gerencia como de producción, es una tarea que el Estado debe jugar.

Por otra parte, contribuir a que las empresas aprovechen sus capacidades conquistando mercados más amplios es ineludible si se quiere que las empresas crezcan y se desarrollen. Eso implica tomar mucho más en serio la política comercial. En particular hay que promover exportaciones, pero de verdad, acompañándolas en la búsqueda de mercados y socios, aprovechando mejor, de esa manera, los mercados que ya tenemos abiertos, y proveyendo información útil a las empresas sobre mercados de interés (inteligencia de mercado). También hay que abrir nuevos mercados, negociando acuerdos comerciales innovadores con países con economías en expansión. Por último, implica defendernos mejor de las importaciones desleales.

Pero además de pensar en estos tres niveles, hay otros tres elementos que atañen a todas las empresas y su desarrollo, independientemente su juventud o madurez. Estos son la capacidad de aprender e innovar, la formación para la producción, y la asociatividad y colaboración entre empresas.

La innovación es una de las fuentes, quizás la más importante, de crecimiento económico y de aumento del bienestar a largo plazo. Pero las empresas, cuando innovan, no lo hacen solas, desconectadas del entorno, sino vinculadas a otras entidades como otras empresas, universidades o centros tecnológicos. El Estado tiene un rol crítico que jugar en facilitar esas relaciones y en promover los llamados “sistemas de innovación y aprendizaje” porque las empresas por sí solas tienen dificultades en tejer esas relaciones que potencian su capacidad de innovar.

Por su parte, también en la formación para la producción el Gobierno puede jugar un rol fructífero, en especial cuando la rentabilidad privada percibida de ciertos programas de formación es baja pero los beneficios colectivos son elevados. En ese sentido, las políticas públicas deben estimular la oferta de programas con implicaciones directas sobre las habilidades laborales.

Por último, hay mucha evidencia de que la colaboración entre empresas es crucial para el desarrollo productivo, en particular para el aprendizaje y la innovación, pero también para potenciar la competitividad, por ejemplo, compartiendo recursos. La idea de los clusters productivos se inspira en ello y los ejemplos a nivel internacional son abundantes, empezando por los famosos distritos industriales de Italia y terminando con el famoso Silicon Valley en California. El rol de sector público en fomentar esas colaboraciones puede ser decisivo.

Una nueva agenda para el desarrollo productivo merece ser pensada en los términos generales expuestos, para luego pensarla aplicada a actividades y sectores específicos. Hay que dar el salto para superar lo que tenemos, que es poco y limitado a los incentivos fiscales y la contención de los salarios.

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