Tránsito vehicular, un monstruo de mil cabezas

Sé que el tema es repetitivo. Y soy consciente también de que a muchos quizás le resulte aburrido adentrarse de nuevo en la lectura de un escrito recurrente, aunque inevitable y necesario. El caótico tránsito en las calles de las…

Sé que el tema es repetitivo. Y soy consciente también de que a muchos quizás le resulte aburrido adentrarse de nuevo en la lectura de un escrito recurrente, aunque inevitable y necesario.

El caótico tránsito en las calles de las principales ciudades de nuestro país. A eso me refiero, con muy marcado énfasis en las vías del Gran Santo Domingo, donde cada mañana, tarde y noche se vuelve un espanto transitarlas, en medio de un caos generalizado que por ratos se iguala al comportamiento irracional de animales salvajes, sin control ni comedimiento.

Volarse una luz en rojo, subirse por los espacios públicos reservados para peatones o simplemente meterse en el carril equivocado, es solo parte de este escenario infernal que vive la capital diariamente.

Es ineludible el sentimiento de temor, impotencia y rabia que se entremezclan entre los que apostamos a un nuevo orden. La falta de civismo parece sumergir la ciudad en un laberinto inmenso sin salida visible. Millones de vehículos transitan por esas calles “resguardadas” por autoridades vilipendiadas por ciudadanos infractores y violentos.

Hasta las grandes avenidas resultan pequeñas para la cantidad de vehículos de todo tipo que convergen cada día en ellas, entre los cuales vale distinguir carros chatarra que despiden monóxido de carbono a diestra y siniestra. Nadie los detiene. Y de hacerlo, sus conductores son capaces de atacar sin contemplación a la autoridad facultada para ello.

El desconcierto nos devora cual monstruo de mil cabezas. Nos consumimos entre propuestas de solución que nunca llegan. Las buenas intenciones no bastan. La ciudad crece y con ella un parque vehicular sin control.

La conducta agresiva de choferes que se abren paso entre largas filas de automóviles nos traslada al viejo oeste que mostraban aquellas películas de acción permanente y donde prevalecían los más rudos.

Las reglas no existen para estas personas. El Gobierno hace cuanto puede, pero sus métodos han sido insuficientes. El problema no solo permanece, sino que se ensancha y fortalece.

Sin vacilación ni contemplación, las autoridades deben aplicar la mano dura que muchos exigen, sin que se mancillen derechos. Mano dura no es sinónimo de maltrato, sino la más fiel demostración de que el mundo civilizado se rige por leyes, normas y reglamentaciones que todos sin excepción debemos cumplir.
El Gobierno debe mostrar que República Dominicana es un Estado con un orden jurídico claramente concebido, del que depende la vida en armonía y civilizada a la que todos los ciudadanos sensatos aspiramos.

Y qué mejor forma de comenzar, que sacando del medio a todos los carros del concho destartalados y chatarras, antes de que por daños a la salud física de las personas y medioambientales, colapse esta gran ciudad.

Que lo asuma el Gobierno, con vehículos que sirvan, que den un servicio digno y decente a los ciudadanos. El presidente de la República debe pensar en la salud mental y emocional de su pueblo.

Y es también el Poder Ejecutivo el que en un Estado democrático y de derecho está constitucionalmente obligado a garantizar el bienestar de los gobernados. Sigo confiada en que así será.

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