No pude evitar la tristeza, cuando a principios de la semana pasada vi a tantos niños y niñas lucir sus uniformes azul y kaky, sus zapatos negros bien lustrados, sus medias blancas y sus mochilas y loncheras recién estrenadas, mientras que a “Pedrito y Anita” (nombres ficticios) solo les tocó mirarlos desfilar hacia la escuela, mientras él, con nueve años de edad, atendía el puesto de frutas en el que trabaja junto a su padre desde que tenía siete.
Anita, de 10, desde que tiene uso de razón no sabe hacer otra cosa que limpiar cristales de vehículos en las calles de la capital. Primero lo hacía junto a su madre, pero los múltiples embarazos de su progenitora la obligaron a dejar el oficio y ahora Anita trabaja en compañía de otras niñas y niños en edades similares. Estos son sólo dos casos.
El país está lleno de ejemplos como estos. Como periodista jamás olvidaré una serie de reportajes que realicé sobre el trabajo infantil.
Lo más conmovedor fueron los diálogos con los infantes, sobre todo, el que sostuve, en el parque Enriquillo, con un niño de 10 años de edad.
Él atendía un triciclo lleno de frutas, en ese momento su padre no estaba cerca. Le pregunté que desde qué hora comenzaba a trabajar.
-Desde las seis de la mañana, me dijo, sin dejar de pelar la china que tenía en sus manos. -¡Ah!, entonces ¿a qué hora vas a la escuela?, le pregunté.
La pregunta lo agarró desprevenido…vaciló un poco y me dijo que en la tarde. Noté que no decía la verdad. Me convencí de que mentía cuando le pregunté el nombre de su maestra y de algunos de sus compañeros de clases, pensó y pensó, sus labios comenzaron a temblar al igual que sus pequeñas manos y las lágrimas rodaron por sus mejillas.
Se me encogió el corazón y mi tristeza fue mayor cuando ahogado en llanto lo escuché decir: -Cuando vivía con mi mamá yo iba a una escuela, pero hace tres años que mi papá me fue a buscar para ponerme a trabajar y ya ni siquiera tengo amigos con quienes jugar. Ese día terminé mi recorrido.
El drama que vivía ese pequeño fue demasiado para mí. Desde entonces, cada vez que inicia un año escolar y veo que en nuestro país aún no se erradica el trabajo infantil, recuerdo a ese pequeño, su tristeza y la lucha entre su sueño de poder ir a la escuela y su vida real en una sociedad que se lo impedía.l