La mayor feria de arte de América Latina congrega este año a 111 artistas de todo el mundo y a cerca de 3.000 obras en una exposición que no tiene una única idea aglutinadora, sino la intención de que cada visitante interprete todo lo que ve.
“Lo que queríamos evitar era una Bienal que se anuncie en el título. Queríamos hacer una Bienal que tuviera un motivo y no un tema, con artistas lanzando líneas inciertas a preguntas múltiples”, explicó su curador, el venezolano Luis Pérez Oramas.
El motivo es la función o el papel de la expresión artística en un mundo imprevisible, de acciones inminentes, donde todo puede acontecer en cualquier momento. De ahí el nombre de esta edición, la trigésima: “Bienal de Sao Paulo. La inminencia de las poéticas”.
“Yo creo que la Bienal tiene que ser experimentada. Cada cual sabrá lo que encuentra, yo no quiero decirle a la gente qué tiene que encontrar”, añadió este poeta e historiador del arte nacido en Caracas en 1960 y radicado en Nueva York, el primer extranjero en realizar la curatodua de esta feria.
En las salas del edificio de la Bienal en el hermoso parque Ibirapuera, un pulmón en la caótica Sao Paulo, se exhiben las obras de los artistas. Videos experimentales, pinturas de enorme formato e instalaciones desplegadas para recibir a unos estimados 130.000 visitantes.
Sao Paulo, un polo artístico. Con un presupuesto de 22,4 millones de reales (unos 11 millones de dólares), un 21% menos que en la edición de 2010, la Bienal pretende dar “un panorama global de las artes en el mundo, desde nuestra mirada”, señaló de su lado en una rueda de prensa el presidente de la Fundación Bienal, Heitor Martins.
Del total de artistas en la muestra, casi la mitad son latinoamericanos, de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú y Venezuela, entre otros. Un 75% de las obras, además, son estrenos, subrayó Martins. Hay artistas también de Japón, Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia e Inglaterra, entre otros países.
“Esta es una de las mayores muestras de arte del mundo. Queremos consolidar a Sao Paulo como un polo artístico”, insistió Martins al referirse a esta ciudad, el motor económico de Brasil que también acoge otras ferias y un bullente mercado de arte.
Uno de los montajes más extensos es el del artista plástico brasileño Arthur Bispo do Rosário, que vivió entre 1909 y 1989 y pasó 50 años recluido en un hospital psiquiátrico. La muestra es una exuberante y colorida colección de corbatas, botones, jaulas, bordados, escobas, zapatos, tapices, camisas, lámparas, botas y toda clase de objetos con los que creó obras plásticas que hoy son consideradas referencias del arte contemporáneo brasileño.
En otro salón, el mexicano Moris (1978) expone decenas de collages elaborados con los sangrientos titulares de la crónica roja mexicana. La muestra “De la A a la Z” exhibe palabras como asesinatos, degollados, ahogados o decapitados, una manera brutal de describir la violencia de su país. “El arte siempre es extremadamente político”, enfatizó Luis Pérez Oramas al señalar otro de los ejes de la muestra.
Alfombras de los países del Asia Central con mapas de sus territorios en conflicto, tapetes con el rostro de Lenin o Mao Ze Dong son la muestra del francés Michel Aubry (1959).
El venezolano Eduardo Gil (1973) montó 270 motores de hornos microondas para hacer girar imágenes en distintos tonos rojos de los rostros de famosos dictadores de la historia en su muestra “Cinediario de dictadores o hematomas”. El color rojo fue obtenido de imágenes de esas acumulaciones de sangre.
El peruano Edi Hirose (1975) retrató escenas de una comunidad de inmigrantes en la selva alta del Perú mientras la chilena radicada en Alemania Sandra Vásquez de la Horra (1967) muestra inquietantes dibujos que mezclan sexo, política, religión y humor negro como el de una mujer-calavera montada en un toro bajo el título “La vida dura un segundo”.