El titiritero es un especial personaje que en su mundo teatral actúa como un cuasi dios, pues no sólo construye marionetas con características y estilos que él mismo define a su gusto, sino que escribe el guión que éstas ejecutarán y diseña a su antojo los giros del contenido de todas sus representaciones.
En República Dominicana tenemos uno tan experto que muy pocos notan los trucos de sus hazañas. Un hombre sagaz, maquiavélico pero tan encantador, que hasta los más inteligentes corren el riesgo de caer, sin darse cuenta, en el baúl de sus manejados. Pero no es de esos rústicos principiantes que introducen la mano en los muñecos, sino un tremendo profesional que mueve cuerdas a distancia para pasar desapercibido.
Y son muchos los que en la actualidad, como fichas de ajedrez, son movidos de un lado a otro por este sabio titiritero, desarrollando casi con exactitud guiones elaborados con años de antelación.
Este titiritero, a diferencia del de Joan Manuel Serrat, ni canta miserias, ni es vagabundo ni mucho menos es solitario y triste, pues más bien se regocija y ríe a carcajadas al ver que su puesta en escena ha sido tan perfecta como él la diseñó y que los títeres, tal como lo esperaba, no tienen conciencia de sus hilos, a pesar de que algunos con cierta lejanía podamos verlo con parcial claridad. Y distinto al titiritero de Banfield, no tiene que esforzarse por recorrer locales y plazas para buscar un auditorio, pues desde la comodidad de su estancia éste siempre cuenta con un atento público aunque a su oficio real no le haga publicidad.
Es tan hábil este hombre, que aún cuando elige dejar de ser el director de la obra y asume una actitud de “perdona vidas” para mostrar al mundo un velo de condescendencia, procura a toda costa mantener el control del escenario, cual deidad titular que tanto títeres como directores futuros, otros titiriteros, aspirantes y hasta el mismo público deben consultar.
Y lo más sorprendente es que logra manejar teatros ajenos con tanta o más facilidad que el suyo propio, sin que sus dueños se percaten de que hasta ellos son piezas de su ingenioso juego.
Hace unos años tuvimos en el país alguien parecido, que muchos creíamos sería el mejor de la historia. Sin embargo, el tiempo nos demostró que no sólo era reemplazable, sino que podía ser superado con creces por uno con más malicia y con más tiempo para perfeccionar el juego.