Pocas veces había sentido tanta emoción dentro de mi pecho como la vivida la mañana del miércoles 18 del corriente en el Teatro Karl Marx, en el sencillo acto en que la revolución cubana entregaba al mundo un ejército de más de 5,300 doctores en medicina, entre ellos mi hija Soledad.
Me pueden pinchar y de la comparonería no boto ni una gotitica de sangre. Mirar a la Sole auscultar con sus manos un paciente y dar un diagnóstico certero, observar cómo la gente en la calle la trata con respeto y ver cómo eminencias de la medicina como los doctores Luis Sandoval, Alexis Alonso, Luis Solar, Juan Marchena, Gladys Fuentes, Ernesto Portuondo, Mario Lorenzo, Oramas, Porro, Lara, Luis Salas, José Velázquez, Ana Liz Rodríguez, Emilio Martínez, Vicente Peña, Ana Zarracent, la ven como la profesional que es, desencadenan una serie de emociones que me confieso incapaz para describirlas.
Al finalizar esta primera etapa de su vida profesional, su mirada se dirige hacia otros horizontes, todavía lejos de su tierra. Ha trazado el camino para en la brevedad incorporarse a la vida productiva, al tiempo que eleva a otros estadios su preparación académica.
Soledad ya no es la muchachita que hace seis años se vino a Cuba con las árganas cargadas de utopías. Ya no es ilusa, aunque sí poeta y soñadora. La encuentro una mujer con los pies sobre la tierra. Toma sus propias decisiones, aunque con la delicadeza de informarlas a los suyos.
Cuba no solo ha hecho de Soledad una profesional de la medicina: la ha transformado en un ser útil, más humano. La revolución no le ha pedido nada al ejército de batas blancas compuesto por cubanos, latinos, estadounidenses, de Asia y África, únicamente solidaridad con quien la necesite.
Gracias, Cuba, por dar tantos profesionales para el servicio del resto del mundo, a cambio de nada. l
“Soledad forma parte de los más de 5,300 nuevos profesionales de la medicina que se formaron en Cuba y se graduaron el pasado miércoles”.
