Los que aprecian y respetan la libertad están contentos con la caída de la dictadura en Túnez y las masivas protestas en Egipto. Pero no es buena idea igualar una situación con la otra.
Aunque ambos pueblos pudieran ser equiparables, la situación de ambos países no lo es.
Egipto es el país árabe más poblado, es la apuesta occidental para oponerse a Irán (por población, tamaño y diferencia religiosa entre un Irán chiíta y un Egipto sunita) y es la mayor preocupación de Israel.
Egipto es el segundo mayor recipiente de ayuda militar de los EE.UU., justamente detrás de Israel y por razones harto comprensibles.
Desde los tiempos del asesinado Anwar el Sadat, Egipto ha estado en manos de Mubarak, un dictador corrupto, despiadado, descarado y abiertamente pro-occidental. Odiado por su pueblo, se enfrenta por primera vez al rechazo nacional consumado a una escala sin precedentes por su extensión, por su intensidad y por la escala humana.
La prensa independiente, que no es mucha, la prensa pro-árabe y la prensa fuera de control de las redes sociales, condenan el apoyo norteamericano a este régimen que ahora promete lo que ha negado durante 30 años. ¿Cómo creerle? ¿Quién en su sano juicio podría hacerlo?
Pero el asunto es mucho más complejo de lo que parece y puede significar un baño de sangre de proporciones bíblicas. Israel y EE.UU. ya saben que deben deshacerse de Mubarak y estoy seguro de que lo harán.
Pero ellos necesitan una transición, preferiblemente negociada con el propio Mubarak que deje en el gobierno a quienes ellos hubieran escogido. Un cambio de cara, pero la misma sustancia.
Una nueva fachada, algunas reparaciones en el decorado, pero ningún cambio estructural. Se trata de aplacar las protestas callejeras para hacer los arreglos que dejen todo casi igual. Israel seguro y protegido, Egipto alineado con los EE.UU. y todos los demás actores del Medio Oriente en el sitio donde han estado por años.
El esquema plantea un conflicto entre aspiraciones democráticas de los egipcios y exigencias estratégicas de EE.UU. e Israel. Esto puede afectar y afectará seguramente el curso de los acontecimientos. Al ejército tunecino le era más fácil expulsar a Ben Alí del poder que masacrar a su pueblo. El ejército egipcio –donde la influencia, penetración y control de ambos juega un papel, podría ser persuadido al amparo de “razones nacionales de seguridad” a sostener la dictadura.
Habrá necesidad de exagerar la amenaza iraní, denunciar los éxitos recientes de Heszbollah en el Líbano como una conjura y enfrentar la amenaza de los “Hermanos Musulmanes” dentro del propio Egipto. Si lo lograrán está por verse, pero de lo que no debemos dudar es de que ya están intentándolo por todos los medios.
Por lo demás, hace bien la prensa que todavía se respeta en señalar algunas odiosas incongruencias. Cuando los iraníes protestaron en las calles denunciando fraude electoral a favor de Ahdmadineyad, EE.UU. y sus aliados los respaldaron en pleno. Cuando Mubarak impidió votar en diciembre pasado a sus opositores, les negó el acceso a las urnas, borró los candidatos opositores inscritos y le entró a patadas a quienes protestaron, EE.UU. hizo mutis e Israel calló complacido como ya lo habían hecho durante 30 años de abusos.
La misma ceguera que impidió a los dirigentes del socialismo europeo darse cuenta de los cambios que se habían incubado; la misma ceguera de todos los dictadores con o sin denominación ideológica; la misma historia de creer que todo sigue y seguirá igual porque así ha acontecido durante una o varias décadas. La misma historia que pronto habrán de vivir los dominicanos. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Tiempos nuevos, vientos nuevos, un mundo que nace, un mundo que muere. No es el gabinete de Mubarak el que tiene que irse, es en primer lugar el propio Mubarak.
Lean los dominicanos las declaraciones de Muhammed el Baradei (www.fines.org.do) sobre acudir a las calles y mírense desde ahora en ese espejo y nos veremos de nuevo, ¿sabeis dónde?
En las calles, cuando llegue nuestro tiempo, que no está tan lejos.
Melvin Mañón es sociólogo