El poder militar de grupos como Estado Islámico (ISIS en inglés) o de Al Qaeda no se puede explicar si no es con la certeza de que algún gobierno o consorcio económico relacionado a la venta de armas, narcóticos u odio estén detrás de ellos, financiándolos. Esos grupos, al igual que las FARC, o la ETA, son los que dan vida a la industria de las armas, del miedo, y según vemos, de las ideologías que nutren las estrechas mentes de los militantes y simpatizantes de esos grupos de asesinos, de esos visionarios de un mejor mañana, según sus prédicas y afición a frases manidas.
Los terroristas vuelven a ser noticia, a ser estrellas mediáticas, como en los años 60 y 70, con el siniestro Arafat como guía. Son noticia porque parecen ser necesarios, ¡¡oh paradoja¡¡, para que el sistema permanezca, sobre todo para su más siniestra industria: la armamentística. Es que la vigencia de Dios está en que exista el Diablo, y viceversa. Uno no puede existir sin el otro. No tendrían razón de ser por sí solos.
A fuerza de no ganar votos en elecciones los anti-sistema aprovechan cualquier queja; no importa que sea el arreglo de una calle o la ley del aborto. Mezclan demandas que se excluyen mutuamente; de ahí la poca capacidad de convocatoria. Pero todo viene bien para sus propósitos; y comienzan a incendiar negocios o asaltar cajeros automáticos. Luego aparecerán las fotos y videos de la policía “reprimiendo al pueblo”, a quienes se autoproclaman “el pueblo”. Y aparecen los izquierdistas, siempre los de izquierda, ahora autoproclamados “progresistas”, sirviéndoles de tontos útiles.
Proclamando que harían todo mejor, salvo cuando han tenido el poder político y no han hecho más que chapucerías; ahí son el sistema y lo quieren para ellos en su totalidad y para siempre.
En 2012 las ventas de armas ascendieron a 395,000 millones de dólares, 4.2 % menos que el año anterior, según el Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), eso es preocupante, significa más guerras que vendrán, porque hay que vender armas.
Hay una especie de caja de resentimiento que no sabe por donde abrirá, pero se siente, se vive. La exclusión social se agudiza y es aprovechada por los más listos para canalizarla a su favor. Pero el resentimiento, el rencor y la bomba de tiempo permanecen ahí; sin geografías, puede ser París, La Habana, Damasco o Los Mina en Santo Domingo. Ser optimista en estos tiempos es un recurso de ciencia ficción, y la autocomplacencia es lo opuesto a la realidad; las evidencias del desastre saltan a la vista. Syryza o Podemos tampoco podrán.