Desde el triunfo de la llamada revolución cubana, la enorme ventaja de la izquierda dominicana, fenómeno observable también en el resto de Latinoamérica, ha sido el temor de los demás a calzar la etiqueta de reaccionario o derechista. Así, las personas con capacidad para entrar al debate, han abandonado el ruedo mucho antes de que soltaran al toro.
Debido a ese miedo al debate, la confrontación en el campo de las ideas se redujo por años, y aún lo vemos entre nosotros, a una especie de soliloquio, en el que sólo se escuchaba y escucha una voz con un único probable ganador.
Conscientes de este cuadro deprimente, dibujado a fuerza de propaganda y distorsión, la izquierda extrema no ha vacilado nunca en apelar a los epítetos de reaccionario, fascista o gusano contrarrevolucionario, para descalificar a todo aquel que se atrevía, y todavía se atreve, a asumir su derecho de buscar la verdad por sus propios medios, anteponiendo reservas, sobre todo de tipo moral, a las verdades marxistas. Y como nadie quería ni todavía quiere ser reaccionario y la condición de izquierdista y de liberal, en el sentido político que a esta última en nuestra región le damos, le venía y viene bien a mucha gente, sobre todo en el aspecto material, muy pocos indagaban e indagan en busca de la verdad y la razón. El debate, en consecuencia, quedaba y queda en manos de una sola facción, aunque debo reconocer que eso ha comenzado a cambiar en los años recientes.
Siempre ha sido muy cómodo y ventajoso asumir posiciones de vanguardia y marchar codo a codo con la izquierda revolucionaria. No se necesitaba una pipa, ni abandonarse al desaliño u olvidarse de ir al barbero. Bastaba con dejarse llevar por la corriente para situarse al lado de cuantos, sin un análisis a fondo de la realidad social, abrazaban la causa del socialismo, sin renunciar, naturalmente, a la comodidad y al sosiego de sus buenos ingresos.