Por años he escuchado a los dirigentes políticos pontificar respecto a que los problemas nacionales son de tal envergadura que se precisa de una acción conjunta de todas las fuerzas políticas y sociales para encararlos. Pero de ahí a los hechos ha mediado un largo e interminable trecho.
Las rivalidades partidistas se anteponen a ese enorme compromiso nacional, siempre pendiente. Usualmente, los partidos se hacen la ilusión de que el fracaso de una administración les favorece y les allana el camino al poder. Esa percepción es errónea y denota una escasa visión de futuro. Los tropiezos de un gobierno, cuando es legítimo, son de todo el país. Y si la oposición llegara a beneficiarse de ello, le tocaría un fardo de problemas como herencia.
La nación tiene ante sí grandes retos, tal vez como pocas veces en el pasado. Y para alcanzar la mayoría de ellos se impone un compromiso nacional.
Históricamente, muchos de nuestros fracasos, lo que en cierta medida explica el atraso del que nos hablaba frecuentemente el profesor Juan Bosch, se debieron a la resistencia de los grupos de oposición a colaborar con la agenda del gobierno en aquellos temas que fueron y siguen siendo prioridades nacionales, y, por el otro lado, de la prepotencia de funcionarios que se creían y creen que se bastan por sí solos.
Muchas de las fallas de esos programas, que los dominicanos pagamos después con un alto precio, se deben a la falta de respaldo político fuera del ámbito oficial y de la miopía de los dirigentes respecto al valor de los roles de la oposición y del gobierno. Sólo un ambiente de respeto mutuo hará que un día ambos se pongan de acuerdo para adelantar aquellos proyectos con los que usualmente dicen estar de acuerdo. En una democracia el valor de la oposición, cuando actúa responsablemente, es tan importante como la del gobierno. Mientras no se la entienda o actúe de ese modo seguiremos con una gran tarea pendiente.