¿En qué medida está el país en capacidad de superar su elevado nivel de pobreza y qué fórmulas, dentro de parámetros democráticos, tienen los partidos y sus líderes para plantear solución a ese problema tan acuciante? La realidad es que, con todo y cuanto se ha avanzado en materia de desarrollo político, la democracia dominicana resulta insustancial a un número sumamente elevado de la población. Esto hace que la mayoría se sienta poco ligada a su porvenir y menos entusiasmada con su supervivencia. Por eso, a pesar de los espejismos y las perniciosas tendencias nacionales al auto-engaño y la auto-sugestión, hay tan poca relativa militancia democrática real en este país.
Para aquellas legiones de hombres y mujeres que carecen de trabajo, de seguridades económicas y sociales y, por tanto, imposibilitados de enviar a sus hijos a escuelas seguras y decentes, y se les mueren los niños cuando enferman por los pésimos servicios públicos de salud, la democracia es una palabra hueca; vacía, sin sentido. No nos engañemos creyendo que es incierto porque caeríamos en el error imperdonable de perpetuar una situación a la que podríamos en cambio dar remedio a mediano o largo plazos.
La tarea fundamental de los líderes nacionales que creen en la democracia como un sistema viable capaz de garantizar el bienestar general de la sociedad, debería ser la de atacar con decisión y energía los infernales y angustiosos grados de pobreza que corroen sus cimientos. Porque además esos niveles de pobreza constituyen una afrenta y una verdadera tragedia que ofende y llena de vergüenza a la República. La pregunta fundamental que la mayoría de nuestra dirigencia elude con carácter permanente es la siguiente: ¿Qué compromiso puede ligar a una persona con un sistema que no le protege socialmente?, y para la cual carece por el momento, como es evidente, de respuesta alguna.