Hemos entrado, como nación, en la experiencia del tedio secular. Un titular de periódico crea el interés nacional, para que al día siguiente sea cambiado por otro titular. A la Barrick la barre Vakeró o un cargamento de 600 kilos de coroneles. Y así un día tras otro. No importa nada. Parece ser desgano o, como decía, Lacán “una angustia que imposibilita poner en palabras lo que se siente, una parálisis del alma, la experiencia de lo real…”.
El tedio mortal que nos está arropando como nación, no lo remueve ni la experiencia de haber ganado el Clásico Mundial de Béisbol. A ese hecho le sucedió la desgracia del atropellamiento y muerte de varias personas la misma noche de la victoria que le quitó brillo al triunfo deportivo.
Aquí, en esta República Dominicana del siglo XXI, parece que sólo importa la individualidad que resuelve sus cotidianidades prescindiendo de todos los demás, y de todo. No parece vislumbrarse una bofetada certera que nos despierte hacia el hacer, hacia la creatividad. Hacia la dominicanidad, la que sólo aparece promovida en comerciales para vender teléfonos, cervezas o cualquier otra baratija. Nos hemos uniformado en ninguna ideología, en ninguna creencia, en ningún trabajo.
Nos hemos uniformado en dejar que “otros inventen”, y así nos va. Un fluir en círculo, en pesadez de espíritu vacuo, en Ramón López quintaesenciado. Ya ni la política ni el béisbol entusiasman, ni ofrecen esperanzas de cambio.
Nuestras jornadas se están organizando en un ritmo sin rigidez, amorfo. Un ritmo que tiene más que ver con la inercia que con la vibración mental o corporal ante el arte o las ideas. Seco de ideas y accionar. La ilusión de un nuevo gobierno no prende como debiera, porque no lo es. Ni ilusionante, ni nuevo.
Toca el pasar factura para hacer lo que siempre se ha hecho. Los que vivimos la ilusión cultural, política y romántica de los años 60 y 70 ya tenemos entre 50 y 65 años, y somos a quienes no ven los que tienen menos de 25 como sus líderes y administradores, nos ven como gente que pasa, que pasa y espera la oportunidad de agarrar algo como pueda sólo para sí. Como animales de presa única.
Que no perezca nuestro país en el tedio y la brutalidad organizada. Una generación que más que fracaso de su proyecto vital, está desaparecida como generación, es una masa amorfa en torno a la espera de no se sabe qué.
“Tercos en los pecados, laxos en los propósitos, con creces nos hacemos pagar lo confesado y tornamos alegres al lodoso camino creyendo en viles lágrimas”. Decía, como si fuera a nosotros, Baudelaire.