En nuestro país y muchos otros, los gobernantes olvidan la verdadera fuente de su poder delegado, actuando antojadizamente en búsqueda de sus propios intereses. Como esto generalmente va de la mano con el populismo y el clientelismo, durante un tiempo, que puede ser tan largo como lo que la capacidad de endeudarse soporte, buena parte de la población convertida en clientela está dispuesta a apoyar ejercicios abusivos del poder, mientras una minoría se rebela o critica y otra simplemente voltea la cara.
Sin embargo, como lo evidencia la historia mundial, siempre llega un momento en que la proporción de los disgustados se hace mayoría y harta de no encontrar las respuestas esperadas de la clase dirigente, provocan un cambio que penosamente en muchos casos puede terminar siendo peor.
La crisis de gobernabilidad que está aconteciendo en España y los inusitados respaldos que reflejan precandidatos a la presidencia en los Estados Unidos de América que representan posiciones extremas, son solo muestras de que en esos países una alta proporción de la población, o está buscando las respuestas que la clase dirigente no ha sabido darles o está cansada de la forma de gobernar, de las políticas respecto a ciertos temas o del control de determinados grupos.
En nuestro país no cabe duda de que la mayoría de la población responde a un voto clientelar que no premia ni castiga buenas gestiones, y peor aún, ni siquiera pondera las consecuencias de votar en uno u otro sentido. Por eso nuestros gobernantes, embriagados de poder, actúan como el que va moviendo la verja que divide su finca de la contigua, y seguirá haciéndolo cada vez más, si su vecino se descuida y no se lo impide.
Hemos permitido que nuestras autoridades y nuestro liderazgo político manejen el país y sus recursos a su antojo y sin consecuencias, y que su Carta Magna, sus leyes y sus instituciones sean instrumentos discrecionales, que cumplen, incumplen, modifican y manejan a la medida de sus ambiciones políticas, creando un Estado plagado de reglas que cargan cada vez más a la población, que por la falta de igualdad ante la ley, de verdadera independencia de los poderes del Estado y de sanciones, no puede ser considerado un Estado de derecho.
Lo que es peor, hemos permitido que el discurso político sea un ejercicio plagado de hipocresía y doble moral, llegando al extremo muchas veces de polarizar la sociedad, colocándose como los salvadores, cuando realmente son los verdugos.
Al parecer nuestra clase dirigente sigue convencida de que lo importante no es la verdad de las cosas, sino lo que ellas pueden hacer ver a gran parte de la población a través de sus cristales, que son capaces de aumentar, reducir, mejorar o empeorar, a la medida de sus conveniencias.
Mientras muchos se dejan engañar por las imágenes que presentan esos cristales, otros vemos nuestra realidad reflejada en el espejo de tantos otros, que por hacer lo que estamos haciendo, o por no hacer a tiempo lo que debían hacer, están padeciendo serias consecuencias.
Ojalá que cada vez tengamos más espejos para vernos en las realidades de Venezuela, Brasil, Puerto Rico, por solo mencionar tres países muy cercanos al nuestro, para que sean cada vez menos los que por ignorancia o ambición, consientan que verdad y mentira se confundan a conveniencia según el cristal que se mire; y que nuestros dirigentes no olviden que de ellos tanto halar la soga con una población cansada de no encontrar respuestas, pueden provocar peligrosas rupturas.