Nuestro país se jacta de tener una democracia, aunque la triste realidad es que estamos muy lejos de ello.
Fui embajador en Washington y lo que allí vi es muy diferente a lo que tenemos. Lo más importante en una democracia es mantener una verdadera separación e independencia de los tres poderes del Estado.
El ejecutivo nace del voto universal y su misión es garantizar que se respete y se cumpla con lo que dictan las leyes. Los legisladores, por el contrario, deben responder a los intereses de la mayoría de los miembros de su jurisdicción política (provincia, municipio, etc.).
Es decir, cuando un congresista norteamericano vota por un proyecto de ley, lo que más le interesa es que prevalezcan y se resguarden los intereses de aquellos que votaron por él.
Aprendí en Washington que si un sector quiere que se apruebe una ley específica, tiene que dirigirse a los legisladores más influyentes y tratarlos de convencer de que esa ley también favorecerá a los miembros de sus respectivas constituyentes.
Como todos los legisladores asumen esa misma actitud, es imposible aprobar una ley al vapor y al final se logra un justo equilibrio en favor de las grandes mayorías. Otro de los grandes pilares en que descansa esa democracia, es una saludable desconfianza entre los poderes del Estado.
Por eso el poder legislativo vela constantemente porque el ejecutivo no se extralimite en sus funciones, es decir, que se ciña a lo que señalan las leyes que ellos aprobaron. De ahí surge otro gran elemento que debe estar presente en toda democracia: la rendición de cuentas.
También constaté en Washington que el poder judicial, tiene absoluta independencia de los otros dos, pues los jueces no responden a los intereses de ningún partido político. Por eso se nombran a los jueces del Tribunal Supremo de por vida. De ahí que, aunque voten en contra de los deseos del poder ejecutivo, este no puede destituirlos.
Esa inamovilidad es precisamente la que le otorga independencia. La única influencia que tiene un presidente es que si algún juez muere o renuncia durante su mandato, puede nominar a su sustituto, pero con el consentimiento del Congreso.
Así, ningún presidente tiene el control de la justicia. Esta sabia separación de poderes, así como la absoluta independencia de cada uno y la necesidad de rendir cuentas entre ellos, es lo que ha dado soporte a esa gran democracia del norte.
Si el lector fue anotando, puede darse cuenta de que en la República Dominicana no existe una verdadera democracia. No hay separación de los poderes, pues todos responden a un mismo interés político.
No hay rendición de cuentas, pues cada uno de los poderes hace lo que le da la gana sin que le pase nada. Los legisladores no responden a los que votaron por ellos, sino al partido a que pertenecen. Por lo tanto, lograr una legítima democracia debe ser el objetivo de nuestra sociedad. l