La noción moderna de que un artista debe ser original siempre, no es en modo alguno la compartida por la mayoría de las culturas que nos sirven de fundamentos. La Madonna Dreyfus, o de la Granada, de Andrea Verrocchio y la Virgen del clavel, de Leonardo, son ejemplos perfectos de cómo utilizar un mismo tema, en este caso la Pasión, por artistas contemporáneos entre si, y aún así tener una obra final distinta con gran calidad y originalidad en ambas.
Cada obra es un caso diferente. El que respete, admire y se enriquezca con las obras de Picasso, no significa en lo absoluto que haga copia de su originalidad, calidad y belleza. Pueden existir infinidad de grados de reinterpretación del tema ajeno al arte propio. Esa reinterpretación es la base de la historia del arte de todos los tiempos. El amor es un tema recurrente en toda la literatura; pero su interpretación es lo que lo hace distinto cada vez.
La obsesión o temor por no parecerse a alguien conocido ha hecho que proliferen tantas pinturas modernas o contemporáneas con muñequitos, rayitas, “abstracciones” o simplemente absorciones intrascendentes. Un desnudo es un desnudo, y siempre tendrá el sello de su autor, si ese autor es bueno, aunque el tema se parezca al de alguien; que de seguro también se parecerá al de otro.
Tomemos como ejemplo a Picasso, que no le tenía miedo a nada y sus máscaras africanas son eso, africanas, no de Málaga o París o de los recovecos del cerebro de Picasso.
Un artista lo que debería hacer es observar con nuevos ojos, con sus ojos; y luego ponerse a trabajar. Ninguna copia puede salir de ahí, como mucho la copia de la obra de Dios. Porque la observación sirve como la gran herramienta para madurar las ideas.
Dibujar o pintar es una cuestión de mirar y ver, de educar la mirada y no conformarse con las verdades heredadas que hacen ver lo que no es. Quizás esa sea la diferencia entre el artista y los demás: en que se ha educado para ver lo que a simple vista no se ve.
Muchas obras de artistas consagrados, como Dalí o cualquier otro, se valoran en el mercado no por las obras en sí, sino por las firmas. Dalí lo entendió a la perfección y firmaba papeles en blanco; porque era tan serio y respetuoso de su obra que entendió que lo que el mercado buscaba era su firma, no su obra, por lo tanto les vendió la firma, lo comercial, entendiendo que su obra era otra cosa y que el mercado iba a recibir lo que quería y se merecía.