En la historia del arte las copias, las falsificaciones, lo que hoy llamamos “apropiaciones”; que no es más que un eufemismo para copia con ligera modificación, las réplicas fieles o infieles, o las falsificaciones originales con ploteo de súper calidad, siempre han sido parte del devenir histórico de la obra de arte que llamamos original. Esas reproducciones y sus originales se necesitan mutuamente, y con más necesidad en estos tiempos de abundancia de gente, de exceso de clase media baja, clase media media y clase media alta, y de necesidad de dar a conocer las obras. Quienes más necesitan que eso sea así son los comerciantes del arte: los coleccionistas, galeristas, marchantes, enmarcadores, busca-vida, historiadores y críticos de arte. No puede haber tantas obras de arte de calidad para tanto mercado buscándolas. Por eso sale tanta falsificación y, tantas obras mediocres; porque hay un mercado que busca originalidad, calidad y nombre. Aunque para tener esas tres cosas no quieran pagar lo que eso cuesta.
Las impresiones de malísima calidad de “La Mona Lisa”, o de “La niña con la espinita” que poblaban las casas de pobres y las cuarterías de los más pobres eran manifestaciones de algún interés de querer tener algo bello en esos hogares. Y esos hogares no podían diferenciar el original de las copias que ellos poseían, pero aún así se ponían contentos de tener su “Gioconda”, su “Niña de la espinita” o su “Cristo de Velázquez” en sus humildes hogares. Así también fue para quienes estudiaron historia del arte hasta hace poco, fotos en libros eran sus fuentes, y esas eran las peores reproducciones. Quienes hablan en público de prohibir ciertas manifestaciones de reproducción o de copias, pero que viven de ello en su trabajo privado, lo que hablan es de prohibir lo imposible, es como prohibir el sexo y necesitar repoblar un país hablando de las cigüeñas de París.
Los artistas nuevos, jóvenes o no, deben arriesgarse, liberarse haciendo lo que les salga y que sea lo que Dios, o los críticos, quieran. No se puede hacer gran cosa si no se libera la mente primero, si no se trabaja sin los miedos, ni ataduras que sienten los esclavos de las convenciones. Un artista es un ser libre, por lo tanto con posibilidades de creación propia. Y un imitador, copista y cosas parecidas son paisaje, bulto, no individualidad. Cada uno con sus pros y sus contras. La decisión está en cada uno, y en el nivel de riesgo que quiere asumir en su vida, pues uno de los mayores temores de la mayoría de los seres humanos que viven en sociedad es arriesgarse y ser rechazado.