Un día como hoy, 3 de septiembre de 1930 la ciudad de Santo Domingo recibió los embates de vientos y lluvias de gran intensidad sobre una ciudad en su mayoría carente de estructuras sólidas. La catástrofe humanitaria se transformó en una catástrofe sanitaria en pocos días. En estas circunstancias los médicos de la época se crecieron y trabajaron intensamente. El Dr. Heriberto Pieter alojó en casas de su propiedad que eran de concreto a más de 300 personas, atendió a cientos de heridos, e inicio una campaña de vacunación antitetánica a todos los heridos que pudo. Esto fue particularmente difícil para el Dr. Pieter, ya que su hija Carmelita resultó con una fractura ocurrida durante el ciclón. De igual forma el Dr. Moscoso Puello y el Dr. Salvador Gautier en el Hospital Padre Billini se multiplicaron como cirujanos para atender a aquellos desdichados. El Dr. Luis Eduardo Aybar sufrió el destrozo de su recién inaugurada Clínica “Mercedes”, pero tan pronto la pudo poner a operar inició la labor de atender a todos los heridos y afectados que pudo.
Se estima que más de diez mil personas quedaron afectadas por el ciclón San Zenón entre aquellos que perdieron sus casas, muertos y heridos. Luego del paso del vendaval empezó a llover durante toda la noche lo que dificultó más las labores de rescate. Relata el Dr. Arturo Damirón que “los dirigentes del hospital Evangélico decidimos establecer un sitio de emergencia para ayudar a los enfermos dejados por el ciclón de San Zenón”. Se instaló en una vivienda de tres plantas de la hoy Avenida Mella, propiedad de la Sra. Luz Saldaña. A este sitio se trasladó gran parte del personal del Hospital Evangélico que tan solo 24 horas después del huracán ya estaban dando servicios, particularmente en cuanto a la sutura de heridas y aplicación de antitetánicas. Dos días después del Ciclón, se agotaron las reservas de toxina antitetánica, pero llegaron auxilios del exterior. En concreto la primera ayuda recibida vino del buque británico “Danae”, cuyos marineros ayudaron en las labores de recoger escombros. Luego arribó el vapor holandés “Midas”. A pesar de todo el esfuerzo realizado por médicos como Heriberto Pieter o Heriberto Valdez, una epidemia de tétanos se desató.
Estos enfermos fueron colocados en una sala, especialmente preparada para esto, en la planta baja de una casa cercana, en que más adelante estuvo el diario “El Caribe”. Pese a todo cerca de 30 personas fallecieron a consecuencia de la epidemia, un número bajo si como señala el Dr. Damirón las condiciones imperantes no eran buenas. La acumulación de basuras, detritus, las malas condiciones de higiene de la ciudad y sobre todo la falta de agua conllevaron a una epidemia de fiebre tifoidea y otra de disentería que llegó a afectar los poblados de San Cristóbal, Villa Mella, La Victoria, Yamasá y Bayaguana. A esto se sumó una plaga de moscas terrible. La cantidad de cadáveres acumulados motivó enterramientos masivos los días siguientes al ciclón. Una de las zonas utilizadas, según relata el Dr. Damirón fue lo que hoy es el parque Eugenio María de Hostos. En Santo Domingo se tomaron medidas como designar al senador Mario Fermín Cabral como encargado de la limpieza de la ciudad y de las cocinas ambulantes. Se designó a los Dres. Ricardo Blasquez y Antonio Calderón como encargados de adecuar hospitales para la atención de los pacientes heridos. Estos dos médico españoles, junto con el auxilio de médicos extranjeros, particularmente de la Cruz Roja norteamericana, fueron junto a los médicos dominicanos, los grandes artífices de la recuperación sanitaria de la ciudad.