Aveces pasa que una situación o un tema se convierten en el punto constante de confrontación con otra persona. Un motivo de malestar y disputa entre una pareja, por ejemplo, es una historia de uno de los dos, que no termina de quedar en el pasado, por razones de peso, por lazos inquebrantables o porque hay a quienes no les gusta soltar del todo a aquellos que ha tenido a su lado, algo que le resulta más fácil, cuando quien debe haber quedado atrás, carece de orgullo, amor propio y dignidad, para retirarse de una vez por todas.
Descubrir que eso que pensábamos que era algo único y especial, no es más que un hábito, casi un estilo de vida para otra persona, llega a decepcionar profundamente.
Notar que posiblemente estamos protagonizando una historia de la que otros ya han sido estrella principal, que recibimos las mismas palabras y atenciones, que recibieron otros durante sus días de gloria, puede llegar a ser doloroso y hasta humillante.
Por eso, es normal rebelarse de vez en cuando, gritar cuatro verdades a la cara y ¿por qué no?, llorar cuando nadie nos ve. Entonces, es bueno recordar que no existe un juez más severo que la propia conciencia. Es cierto que muchas personas, tanto para bien como para mal, reciben cosas inmerecidas, pero nadie mejor que uno mismo para saber si las merece o no.
Nadie sabe mejor que uno mismo si ha sido sincero y leal con los demás. Nadie mejor que uno sabe las verdades que ha dicho y las que ha ocultado con silencios o con mentiras. Solo uno conoce la sinceridad de cada palabra y de cada acción.
Solo cada quien sabe el valor que le da a las personas que le aman. Por eso, sin dejar de estar alerta, lo más recomendable es concentrarse en las cosas positivas, desechar todo aquello que resulte nocivo al alma y que le reste alegría a nuestra vida. Mientras seamos sinceros y honestos, y nuestros labios solo digan lo que realmente sentimos, sin faltarle el respeto a los demás, al tratar de engañarlos, nada más debe importarnos.
No debemos preocuparnos más que de nuestra tranquilidad y la de las personas que están junto a nosotros; disfrutar la compañía de quienes amamos y de quienes dicen amarnos, pues cada uno sabe lo que ha hecho bien o mal. No hay que olvidar que uno es esclavo de lo que dice y amo de lo que calla. l