No quiero pecar de poco original, pero es que no puedo definir mejor lo que significó Roma para mí. Le doy todos los créditos a Woddy Allen, quien combinó estas palabras primero que yo para llamar a su última película.
Ahora bien, lo consideré el título perfecto, porque si leemos la palabra Roma de atrás hacia delante, diría amor. Y es lo que provoca atravesar a pie, y de noche, sus calles adoquinadas, mientras se escucha algún cuarteto haciendo música inspiradora, con acordeones, como la que se aprecia en los primeros segundos del tráiler oficial del filme de Allen.
Diez días no fueron suficientes para atrapar su aroma antiquísimo, con el que tantas veces sueña todo amante de la historia del arte y la cultura. Lo fue, entre tanto, para descubrir su encanto de “Ciudad eterna”, como se le conoce por antonomasia, por esos monumentos milenarios que no pierden el encanto con los años. Contemplarlos es tan sorprendente como el último hallazgo de la NASA.
Desde el principio
El aeropuerto Fiumicino me recibió con su aire espeso y taciturno. Me resultó solitario y oscuro; nada encantador lo que pude recorrer. Al salir para esperar el autobús hacia Termini, (9 euros la ida) que sale cada media hora, me resultó algo sucio, descuidado, digamos. Pero, aquel cuadro un tanto tétrico para alguien que viaja sola por primera vez, se transforma desde que el bus echa a andar. El tinte otoñal de sus paisajes se me mete en la sangre. El cansancio propio de las casi 12 horas que llevaba de vuelo (sin contar las horas varadas por la escala) se esfumó de pronto.
Como toda ciudad civilizada, sus calles están debidamente identificadas, por lo que con un mapa y un buen sentido de la orientación, se puede llegar al lugar deseado sin necesidad de tomar un taxi. Además de servirte de aventura y excursión, te ahorras un buen dinero. Un viaje corto en taxi puede llegar a costar hasta 15 euros. Y un ticket de bus sale en 1.50, válido por 100 minutos.
Para llegar desde Termini hasta el Vaticano, hay que cruzar el río Tíber, el tercero más grande de Italia y que atraviesa toda la ciudad. Es considerado el “alma de Roma”.
Cada quien, según su gusto, hará su ruta de lugares. Pero a mi entender, visitar la Plaza y la Basílica de San Pedro, no puede faltar en tu lista. Religioso o escéptico, es uno de los lugares que no debes dejar de visitar. Solamente pararse en la explanada de la Plaza da una sensación impresionante. Una vez dentro, rodeado de una columnata imponente que, parado desde un mosaico dentro de la plaza, solo distingues una hilera perfecta, ya que las que están detrás no se notan. Otro lugar que debes conocer es el Coliseo, el cual antes de ser llamado así, era conocido como el anfiteatro Flavio, en honor a los emperadores de la Dinastía Flavia, que llevó a cabo su construcción.
Plaza Venecia.
En el entorno de esta plaza también se encuentra el Monumento a Víctor Manuel II y la plaza del Capitolio, entre otros lugares.