Parece que todo en Rincón Mora es emocional. Su tono de voz, sus expresiones corporales, y hasta sus rabietas ante la sociedad son más emocionales que una invitación a la lucha.
El color, su paleta en general, en lugar de ser decorativamente “bello” parece ampuloso; un dibujo grueso y de mano dura, firme y hecho directamente con el pincel, para que el producto final tenga diversos planos de interpretación.
Un plano, en el terreno social y humanitario, que es una condena, una acusación en contra de un mundo que puede ser brutal y degradante. También una condena de la animalidad de la lujuria.
Estas ideas son imposibles de representar en un cuadro de hermosura convencional, de arte decorativo. Rincón plasma en sus pinturas líneas gruesas y pesadas, llenas de expresión, que son su propia ira y rabia por la brutalidad e incomprensión de los mundos que le ha tocado vivir.
Se distorsionan los cuerpos, ángeles que son realmente feos. El color es una maleza en sus “relicarios”, aplica más o menos sugestivos tintes de azul añil, que se vuelven frescas y mórbidas figuras. Un conglomerado de símbolos; como si se viera delatado si revelase figuras definidas y figurativas.
Lo que más intensamente se siente se debe pintar de la manera más adecuada, en su mundo un tanto atormentado. Pero es claro que técnicamente sus pinturas y dibujos son bellos en el absoluto control del color y el dibujo, aunque él diga que no pinta bien. Pero toda la apariencia de tosquedad y de licencias, los límites de espesor de las formas están perfectamente controlados para describir esas formas con el énfasis apropiado. Su acercamiento al arte es noble. Hay una fe fundamental en la redención del hombre a través de su reconocimiento como ser espiritual. Su propuesta pictórica sale del negro hacia la luz, que en su caso es el oro de la redención, pues el oro es visible y contundente en sus obras.
Rincón cuenta historia sagrada; pero la historia está hecha tanto de causalidades como de casualidades y de mucho azar. Al final los artistas cuentan la historia en los márgenes de la que ha sido contada por historiadores profesionales o por la fe.
Los siete pecados capitales son un ejemplo. Historias que deben ser narradas desde lo personal, desde la propia experiencia. La lujuria, la gula o la avaricia tienen que haber sido sentidas para verlas como pecados. Sus “Los pecados capitales” son las epifanías sentidas por Rincón en sus momentos de debilidad, y el traslado de tales revelaciones en formas de retablos o murales serían su conjura, su expiación, porque son escenas saturadas de tensiones y pulsiones.