La teología es una disciplina que se define como “doctrina de las causas finales”; abordaje que no resulta nada nuevo a partir del planteamiento de Aristóteles de que “la naturaleza no hace nada en vano”, aludiendo a que toda acción humana está revestida de una intencionalidad.
El preámbulo obedece a que en nuestro país, en ocasiones se difunden informaciones que procuran eliminar de la sociedad dominicana su valoración por sus héroes, próceres y figuras estelares, para que las generaciones presentes y futuras caigan en una especie de anomia que le anule su capacidad crítica y reflexiva: Podríamos citar muchos patriotas que a lo largo de nuestra historia han sido víctimas de esas maquinaciones: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Ulises Francisco Espaillat, Juan Bosch y Francisco Alberto Caamaño, por no citar mucho más porque la lista sería demasiado extensa.
Lo peor de la situación radica en que muchas veces esos sectores nacionales se suman a pretensiones vinculadas a intereses extranjeros para los cuales la República Dominicana solamente tiene valor de uso, y lo resumen en relaciones para el control social.
Esa intencionalidad de obtener Poder a cualquier precio, y bajo una estrategia de convertir el país en una sociedad sin héroes ni íconos en quienes creer, resulta peligrosa.
El sociólogo y filósofo francés Jean-William Lapierre, quien murió en el año 2007, definió el Poder como “una función social que consiste en tomar decisiones soberanamente para el conjunto de la sociedad global y de asegurar su ejecución por medio de la autoridad legítima y la supremacía de la fuerza pública”; mientras que el filósofo inglés Thomas Hobbes lo definió como los medios presentes de un hombre que le permiten obtener algún bien futuro manifiesto; y el francés Maurice Hauriou señaló que se trata de “una libre energía, que gobierna a un grupo humano por su superioridad, con el fin de crear continuamente el derecho y el orden”.
En ese sentido es importante destacar que el Poder no existe sin las personas. Que ninguna sociedad avanza sin héroes y próceres. Resulta incomprensible, entonces, que procuremos erradicar de la nuestra, los grandes dominicanos y dominicanas que contribuyeron a que hoy tengamos una República Dominicana que se niega a retroceder y que, por el contrario, avanza hacia el pleno desarrollo económico, político, social y cultural.
Hay que aspirar a una sociedad dominicana crítica y reflexiva, que se asuma a sí misma, sin campaña que lleven al descrédito; y que promueva valores positivos como la verdad, la bondad, el patriotismo, jamás el odio entre hermanos; que reconozca los valores y enseñanzas de los hombres y mujeres que ofrendaron sus vidas por nuestro país. Si no existieran los héroes y heroínas que honran nuestra memoria histórica nos estaríamos en capacidad de levantar cada día con más fuerza el orgullo de ser dominicano/a.