La renuncia papal

En la ciudad de Éfeso, en Turquía, hay un arco situado perpendicularmente a la fachada de la Biblioteca de Celsius, que dice en latín, “Imp. Caesar… Augusto Pontifci Maximo…”.

En la ciudad de Éfeso, en Turquía, hay un arco situado perpendicularmente a la fachada de la Biblioteca de Celsius, que dice en latín, “Imp. Caesar… Augusto Pontifci Maximo…”. Esa escritura revela la entrelazada historia de la Iglesia católica con el antiguo imperio Romano, bajo el cual se propagó hasta sobrevivirlo. El obispo de Roma, más que un Primus Inter Pares, es el heredero de Pedro y el pontífice Máximo, o un monarca elegido para dirigir una iglesia universal, que ha subsistido a conflictos y vicisitudes por más de dos mil años.

Como en tantas otras ocasiones en la historia de la iglesia, Benedicto XVI debió enfrentar serios problemas. En primer lugar, las finanzas del Vaticano. La iglesia predica el evangelio, socorre a los olvidados y opera convencida de que todo apoyo a su causa representa un bien para la humanidad, una práctica que ha chocado con las normas internacionales de transparencia financiera. Benedicto XVI intentó reformar el Instituto para las Obras de Religión (IOR), el banco del Vaticano, nombrando a E. Gotti Tedeschi, cuya abrupta partida a mediados del 2012, causó consternación. Antes de partir, el papa nombró a Ernst von Freyberg a cargo del IOR, en un continuado esfuerzo por reformar el Banco de Dios.

Un segundo problema que enfrentó con contundencia, aunque quizás tardíamente, fue el escándalo de pederastia.  Expulsó a Marcial Maciel, líder de Los Legionarios de Cristo “y abusador sexual de jóvenes seguidores”. Organizó un simposio en el Vaticano, inaugurado por Marie Collins, “una mujer Irlandesa, que padeció de niña el abuso de un sacerdote”. El mensaje del encuentro fue claro: “El abuso a menores no solo es un pecado, sino un delito”. (El País, 2/22/2013).

Benedicto XVI, sin embargo, será recordado por su renuncia, una decisión difícil, considerando que ninguno de sus antecesores lo había hecho desde Gregorio XII, en 1417. Esa decisión ha suscitado las mas diversas reacciones.

Se argumenta que la misma abre paso a la modernidad y la desacralización de la institución papal. Es decir, el Papa se convertiría en una especie de Presidente-Director General corporativo, lo que nos parece simplista. Otros argumentan que el valor simbólico del papado obliga a su ejercicio hasta la muerte, sin importar el estado físico. El Cardenal Stanislaw Dziwisz lo expresó sucintamente, “De la cruz (uno) no se baja”.

Por el contrario, la renuncia de Benedicto XVI nos parece un acto de valentía que definirá el legado de su papado, pues la misma ha destapado realidades que se hubieran ocultado en el medio de sus exequias. La sustracción de los documentos papales por su mayordomo Paolo Gabriele reveló la profundidad de la crisis moral que enfrentaba.

Con su renuncia, el papa Ratzinger decidió ser enterrado con sus virtudes y sus pecados. ¿Quién no los tiene? Y por el bien de la Iglesia, renunció para evitar que en su ataúd se enterraran los pecados de otros y evitar ser manipulado hasta después de su muerte.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas