Esta semana en Retro suspendemos las cartas que hemos estado publicando para reproducir una Página que hicimos en febrero de 2007, y que nos parece recobra interés ante la muerte de Claudio Caamaño ocurrida hace pocos días. Con esta reproducción de la Página del 4 de febrero de 2007 queremos rendir homenaje a Claudio, a Meicke Radefelt y a un joven cuyo nombre no recuerdo, pero que fueron ejemplo de nobleza en sus acciones a pesar de que con éstas hasta podían haber puesto sus vidas en peligro. La semana que viene continuaremos con las cartas que hemos venido reseñando.
Febrero 1973 – Caracoles
El 5 de febrero de 1973, El Caribe, en su primera página, como noticia de última hora publicada en un pequeño recuadro, indicaba que se habían tenido noticias de que se había convocado a una reunión urgente de la Jefatura de la Policía Nacional debido al supuesto descubrimiento de un “movimiento subversivo” en el Sur del país. La reseña indicaba que la noticia no había podido ser confirmada.
Al día siguiente, 6 de febrero, ya este periódico empezó a dar más detalles de la situación, a raíz de darse a conocer un comunicado oficial de la Secretaría de las Fuerzas Armadas en el cual se indicaba que Juan Bosch estaba tramando contra la paz de nuestro país. La primera página de ese día también se hacía eco de disposiciones gubernamentales como el cierre de varias emisoras de radio, un cerco militar que se había establecido a la UASD, arrestos de la Policía, de que se había impedido que cualquier persona entrara o saliera de la casa de Luis Amiama Tió y otras noticias por el estilo.
Los días siguientes fueron de noticias de esta naturaleza en que se daba cuenta de que el movimiento era atentatorio contra el gobierno del momento –del doctor Joaquín Balaguer–, aunque los días 14, 15 y 16 de febrero las noticias empezaban a escasear, porque no se tenían noticias exactas de qué era lo que estaba pasando. Unos días después se supo del desembarco, de que el movimiento estaba dirigido por Francisco Alberto Caamaño y que vino con varios compañeros, algunos de los cuales perecieron y otros lograron salvar la vida. En las próximas páginas Retro haremos recuento de esos días y de lo que esa epopeya significó para nuestro país. Pero, hoy, quiero referirme a un hecho en particular.
Leyendo la prensa para la realización de esta página, la suscrita encontró el 16 de febrero, en la página 17 de este diario, una noticia cuyo título era “Policías allanan la Finca Experimental de Engombe”, noticia ésta que me hizo recordar una experiencia que vivimos mi esposo y yo y que queremos compartir.
El texto de la reseña daba cuenta de que la Policía había conversado con el administrador de la finca, Enrique Radefeldt, y que no habían encontrado nada que relacionara el sitio con el “movimiento subversivo” que ya se sabía se estaba llevando a cabo y que efectivamente había desembarcado en el Sur del país, en Caracoles. La noticia indicaba que la Policía no había efectuado detenciones y que no habían violentado ninguna de las aulas de clases que operaban en la finca, que estaban cerradas porque el cerco a la UASD (había seis tanques en sus alrededores) había obligado a la suspensión de la docencia en todos los establecimientos de ese centro de estudios. Por su parte, el señor Radefeldt declaró a este diario que los policías habían sido muy corteses, que habían revisado el hospital clínico veterinario así como las demás instalaciones. El señor Radefeldt continuó diciendo que al llegar a la finca, el oficial encargado de la requisa dijo que habían ido a “echar una mirada y que no tenían que asustarse, que nada pasaría”. También dijo que la Policía permitió que los trabajadores terminaran sus labores normalmente.
Todo este preámbulo para narrar la experiencia que vivimos mi esposo y yo. Resulta que en esos momentos, mi esposo, Rafael de Láncer, era Vicerrector de la UASD, y que Enrique Radefeldt, el administrador de Engombe y en cuyo espacio había una casa que ocupaba el administrador, era nuestro pariente. Enrique y su familia, todos chilenos, vinieron a vivir a Santo Domingo. Tenía una hija, Meicke, que en las mañanas estudiaba el bachillerato y por la tarde, como era usual en esos tiempos, hacía cursos secretariales, cursos que seguía en una escuela que teníamos mi hermana Consuelo, mi esposo y yo. Meicke era una estudiante excelente, sumamente cumplida y responsable, que siempre tuvo una conducta intachable. Al finalizar las clases, a las 8 de la noche, su novio la llevaba a su casa. Grande fue la sorpresa de mi esposo y mía cuando un día, a las seis de la mañana, Enrique y su hija Meicke se presentaron en nuestra casa. El susto que pasamos se agrandó cuando vimos a Meicke prácticamente en estado de shock, lo que no era normal en una persona como ella que, aunque joven, era sumamente madura.
Al entrar a nuestra casa, Meicke nos narró que la noche anterior, mientras ella y su novio se despedían en la puerta de la casa de ella en Engombe, aproximadamente a las 10 de la noche se les presentó una persona con armas en la mano y con signos evidentes de que no había comido ni dormido en varios días y que les pidió comida, amenazándolos con una de las armas. Los novios de inmediato sospecharon que era uno de los guerrilleros que se decía habían venido, y muertos de miedo, le ofrecieron unos hamburguers que la madre de ella había preparado para la cena de la familia (ninguno de los cuales estaba en la casa), y que la persona con las armas, al ver la hospitalidad que le habían brindado, determinó confiar en ellos.
Luego de esta cena, la persona les solicitó, a Meicke y su novio, alrededor de las once de la noche, que lo llevaran al Hotel El Embajador para desde allí hacer algunas llamadas telefónicas. Meicke iba al teléfono y la persona se quedaba en el carro, con el novio como rehén. Según nos contó Meicke, ella no pudo establecer contacto con ninguna de las personas a las cuales llamó porque no se encontraban. Ante el fracaso de las llamadas, ya pasadas las tres de la madrugada, la persona le pidió a los novios que lo devolvieran a Engombe y les solicitó que se comunicaran con el doctor Jottin Cury, quien en ese momento era el Rector de la UASD, con quien se programó para encontrarse en un lugar determinado de Engombe.
Mi esposo y yo fuimos el canal que Meicke encontró para hacer llegar el mensaje al doctor Cury. De inmediato, llamamos a Jottin y mi esposo le pidió que no saliera de su casa, que había algo muy importante que comunicarle. Mi esposo, efectivamente, fue a la casa de Jottin y le transmitió el mensaje que estaba dirigido a él. Ya para ese momento Meicke y su novio sabían que la persona que les había pedido ayuda, y que ellos ayudaron, era Claudio Caamaño, quien les informó que efectivamente él era uno de los integrantes del grupo que había desembarcado en Caracoles.
Lo que pasó después, lo hemos sabido por los relatos posteriores que ha hecho el propio Claudio de estos acontecimientos y que coinciden totalmente con lo que Meicke nos contó a mi esposo y a mí el día que fue a nuestra casa. De todos es sabido que Claudio, afortunadamente, pudo salvar su vida y que narra con gratitud la ayuda generosa que recibió de una parejita de jóvenes, que prestaron el servicio sin pensar en las consecuencias que este acto pudo acarrearles. Por cierto, en las narraciones de Claudio, por lo menos en las que yo he tenido la oportunidad de leer, no menciona el nombre de Meicke, supongo que para protegerla o porque ni siquiera sabía de quién se trataba. Ahora yo menciono su nombre porque ella hace muchos años se fue de regreso a Chile, aunque seguramente hubiera querido que su nombre permaneciera sin conocerse. En cuanto al novio, por más esfuerzo que hago, no recuerdo su nombre, aunque lo conocí y cuyo rostro tengo fresco en mi memoria. Sí sé que era hijo de un oficial de alto rango y que ese joven tuvo la honorabilidad de guardar en secreto, hasta hoy, la situación que había vivido y que de haber comunicado a cualquier persona hubiera puesto en serio peligro la vida de Claudio.
Dedico, pues, esta página a Meicke y su novio, quienes por cierto no se casaron, y que deben ser ejemplo de que hay actos en la vida que ennoblecen a las personas.