La historia es cíclica y los pueblos, a pesar de todos los avances de la civilización humana, repiten experiencias pasadas y vuelven a cometer los mismos errores.Parece que los tropezones no hacen levantar los pies de muchos, que vuelven a insistir en las mismas recetas fallidas que, en aras de supuestamente sacar de la pobreza muchas regiones del mundo, lo único que han ocasionado es empobrecer países completos. La Revolución Bolivariana del siglo XXI, enarbolada por su recientemente fenecido líder Hugo Chávez Frías, reactivó en América Latina políticas populistas antes probadas y fracasadas.
Los altos precios del petróleo y los astronómicos aumentos de ingresos del Estado venezolano, fueron el combustible para sostener no sólo sus 14 años de gobierno, sino para permitirle la expansión de su revolución en distintos países latinoamericanos.
Teniendo como norte la polarización de la sociedad, entre empresarios “ricos y malos” y “políticos defensores del pueblo” y, haciendo uso de la demagogia, lograron socavar el clima de inversiones de ese país, destruyendo la libre empresa, el libre mercado y el derecho de propiedad.
Erróneamente entendieron que ahuyentando del país a los “chupasangres” inversionistas extranjeros y sustituyendo a los empresarios privados en los sectores estratégicos de la economía, como la energía, la alimentación, la seguridad y las telecomunicaciones, lograrían mejores resultados de bienestar para todos.
El resultado no debería sorprender, porque es el mismo fracaso al que siempre han conducido la regulación de precios, la intervención de los mercados, la participación del Estado en la actividad empresarial, la politización de empresas, el control de la tasa de cambio, las violaciones al derecho de propiedad y el deterioro de la seguridad jurídica.
La fiebre revolucionaria se puede alimentar durante un tiempo de la demagogia, de los subsidios, de la participación en la nomenclatura de líderes revolucionarios que terminan siendo más burgueses que los que sustituyeron, y hasta del horrible odio generado por la polarización de la sociedad, que hace sentir conformes a muchos, por el solo hecho de que los “enemigos” están peor.
Sin embargo, eso no dura para siempre, se mantiene mientras la economía más o menos funciona, porque el ser humano aunque es un animal político, es primero que nada un ser vivo.
La Revolución Bolivariana tiene sus días contados, aunque controlen todos los estamentos de poder, los medios de comunicación y gocen del favor de Estados aliados. Sus recetas fallidas, como era de esperarse, han fracasado y tienen al pueblo sumido en la escasez de productos esenciales, la inflación, la falta de servicios como la electricidad, la inseguridad, el desempleo. Ya no le valdrán los discursos incendiarios, ni las amenazas de cerrar o nacionalizar empresas; por el contrario, tardíamente entendieron que son indispensables como acaba de suceder con Empresas Polar.
Y es que como siempre ha sucedido en la historia de la humanidad, la realidad económica se impone sobre la política, y dicta las decisiones.