La presente campaña electoral para elegir al próximo presidente de la República Dominicana ha constituido un derroche de recursos, los públicos que se aportan a la Junta Central Electoral para la organización de los comicios y la contribución obligatoria a los partidos políticos que, según estudios realizados, son de los más altos del mundo, de alrededor de US$30 por votante, diez veces más de lo que según los estándares internacionales correspondería a una democracia estable de US$1.00 a US$3.00; más las grandes sumas que sigue aportando el sector privado.
A esto hay que sumarle una partida que cada vez se percibe más alta aunque no es contabilizada, que resulta del uso y el abuso de los recursos públicos por el partido, presidente y/o candidato oficial de turno; lo que por más que se afanen en negar los voceros correspondientes; salta a la vista y los oídos de todo ciudadano que lee, escucha o mira los medios electrónicos o simplemente transita por las calles y carreteras.
Nuestra historia democrática reciente evidencia que aunque hemos logrado poco a poco ir convirtiendo las elecciones en ejercicios cívicos normales, así como mejorar su organización; hemos aumentado irracionalmente su costo pero manteniendo y multiplicando vicios de origen como el uso y abuso de los recursos del Estado, el clientelismo, la politiquería y la inequidad de las campañas. Lo que ha sucedido con nuestro sistema electoral puede compararse a lo que ha acontecido en muchos otros aspectos en nuestro Estado; en aras de la modernización hemos invertido grandes recursos y elevado considerablemente el gasto público, hemos efectuado muchas reformas legislativas, pero no hemos podido erradicar los males de la politiquería y de un sistema clientelista construido sobre la ignorancia de buena parte de nuestra población y la falta de visión de otra parte de ella.
Parecería que los ciudadanos nos hemos acostumbrado, como el que se acostumbra a tener un clavito en el zapato, a que durante las largas campañas electorales se socaven las finanzas públicas, se altere el tráfico vehicular, se contaminen nuestros sentidos con un bombardeo irracional de propaganda política, se posterguen todas las decisiones por importantes que sean, se descuiden los roles de los funcionarios para convertirlos en activistas políticos, se pidan contribuciones exorbitantes a empresarios, se extingan los subsidios o se sobrepasen los topes de déficit presupuestados para el año completo dentro de la vorágine electoral, entre otras cosas.
En medio de esta guerra de encuestas que mantiene en gran desvelo a los dos candidatos principales que quisieran tener una bola de cristal que les pronosticara lo que sucederá en pocos días; lo que muchos anticipamos sin ser prestidigitadores, es que gane quien gane la situación que le tocará enfrentar será crítica. Que vendrán fuertes ajustes económicos, los que si no estamos atentos y reaccionamos a tiempo serían nuevamente cargados a la población, en lugar de hacer lo que tenemos que hacer; frenar un gasto público derrochador, irresponsable y de mala calidad.