En “El Idiota”, Dostoievski dice que “La belleza salvará al mundo”. Esta frase se ha hecho común cuando vemos al hombre y a la cultura en peligros. Dos hechos constatados recientemente quieren contradecir a Dostoievski: Venecia como parque temático y la destrucción de Palmira. Parece que nosotros destruiremos la belleza.
Venecia
Venecia se muere de éxito turístico. No se puede caminar por Venecia. Ni contemplar un monumento una calle o una estatua, porque te tropiezas con los turistas. Los odiosos “selfie-sticks” se te pueden meter en un ojo o el encontronazo con un chateador te puede tumbar. Imposible mirar para cualquier lado que no sea el pequeño trecho para caminar lentamente entre una multitud que nadie sabe lo que hace, salvo el tirarse fotos y comprar baratijas. Los venecianos no pueden pasear por sus calles, no pueden visitar una iglesia, no pueden sentarse a charlar en un café de la plaza San Marcos. Todo es una masa de turistas incapaces de ver Venecia. Invocamos a la belleza contra la depresión o las crisis cada vez más; consolamos nuestros males repitiéndonos que “la belleza salvará al mundo”. Sin embargo, la belleza no salvará a nada ni a nadie, si no sabemos salvar la belleza de nosotros mismos. Ir persiguiendo la belleza como parte de un paquete turístico prepagado se ha convertido en la norma. La belleza se crea por sí misma y, a veces, es el efecto de otra cosa que está dirigida a algo útil pero que deviene en belleza cuando pierde su función porque permanece la calidad de su hechura, de sus materiales. ¡Qué triste y sola está Venecia con tantos turistas y cruceros!
Palmira
Como parte de la táctica de terror, el autodenominado Estado Islámico ha destruido sus más hermosos monumentos, incluidos sus dos templos principales y tres torres funerarias, reventándolos con dinamita y bazookas en un teatro de ignominia y terror inconcebibles. El asesinato de Jaled al Asad, quien fue degollado a cuchillo por los terroristas islámicos tras negarse a dar información sobre los tesoros escondidos para salvarlos de la barbarie, nos destroza.
“Seguramente no podemos vivir sin pan, pero también es imposible existir sin belleza” decía Dostoievski. Parece que eso ha sido perfectamente entendido por los terroristas del Islam: matémosles el arte, y así los mataremos de tristeza, pensarán para sí los bárbaros. El cardenal Ratzinger dijo: “Para que hoy la fe pueda crecer tenemos que llevar nosotros mismos a los hombres con que nos cruzamos a entrar en contacto con la belleza”.
De Venecia a Palmira, pasando por la iconoclastia sin cultura occidental, la belleza peligra; la estamos matando. Signos claros de decadencia y de extinción.