Nelson Mandela nació en la Villa Surafricana de Mvuezo cerca del río Mbasche, julio 18, 1918. Su padre Hendry Mandela descendiente de un Jefe Tribal, llamado Rolihlahla Mandela.
Escribo estos aspectos relevantes de su vida ahora en ocasión de sus 95 años de vida. Tal vez estas reflexiones nos ayudarán a seguir su ejemplo especialmente en estas circunstancias de fricciones políticas. Me parece que en las circunstancias actuales en nuestra nación estamos todavía a tiempo de imitar este modelo. Nuestro Dios permite que de vez en cuando surjan personas de este nivel para hacer de ellos perpetuadores de su carácter.
Un hombre capaz de resistir 27 a años en prisión y salir con una mente sana y reconciliadora.
Maestro de la sobrevivencia interracial. Un hombre capaz de entender el dolor de su pueblo y perdonar a aquellos que se lo causaron. Supo usar todos los camuflajes para entender y adaptarse a las circunstancias. Uno llamado santo, pero que nunca pretendió serlo.
Un hombre que entendió la política en el sentido más amplio de la palabra. Sabiamente moverse entre traidores y benefactores, entre ratas enfermizas y palomas de paz.
Un hombre que logra ser independiente con un grado de dependencia y promoviendo la interdependencia. Se supo mantener africano a pesar de recibir las máximas glorias internacionales. Un hombre con una agenda nacional de reconstrucción permanente.
Caminaba como un príncipe o un rey, pero reflejaba la quietud de un campesino cansado. Un cristiano sin mofarse de practicar el cristianismo, pero viviendo la esencia del mismo.
Un hombre que entendió los beneficios de la paciencia sacando de ella lo mejor. Un hombre que encarceló a sus encarceladores mientras fue su prisionero. Un hombre que supo amar sin importar las consecuencias. Un hombre sin odios en su agenda emocional.
Un ser humano que amó las cosas simples de la naturaleza. Un mozalbete que aprendió a los pies de sus padres y abuelos los valores perennes de la existencia. Un hombre incapaz de hipotecar su futuro practicando la maldad y el terror. Mandela trajo a África un sentido total de hermandad. Un hombre que aunque arrinconado cómo un escorpión, supo practicar la serenidad. Un hombre de extrema compasión hacia sus congéneres.
Un hombre que fue el paliativo bálsamo que curó las llagas infligidas por el Apartaid. Un hombre con un desarrollo humano balanceado, y estructurado, pues su desarrollo físico, moral y emocional lo capacitó para sobrevivir en medio del desprecio, el rechazo y la indiferencia de los poderosos y a veces de los suyos propios. Un hombre que nunca le pidió al mundo que admirara su persona, pero que el mundo se postró ante su ejemplo ético inquebrantable.
Mandela experimentó los efectos nocivos del peligro en circunstancias que él nunca creó. Un humilde Primer Ministro de Estado, que se desprendió de 1/3 parte de su salario para darlo a los menos privilegiados. Un hombre siempre consciente de sus capacidades y habilidades para hacer lo correcto. Un hombre dispuesto a poner en perspectiva las virtudes creadoras de su espíritu. Un hombre optimista de un verdadero renacimiento en África. Supo vivir entre el optimismo incierto y el pesimismo aplastante de su tiempo. Aprendió el camino escabroso de las dificultades, ascendiéndola con determinación inquebrantable. Mandela fue maestro de dolor, maestro del perdón, artífice de la reconciliación, arquitecto del plan maestro para el Continente Africano, abogado defensor de los indefensos, médico de los afligidos, alegría para los enlutados, maestro de justicia, modelo a imitar.
Mandela siempre decía “no soy un ángel”, pero en su ser y hacer había esencia divino-humana. Su estilo reconciliador proviene de su propio desarrollo. Vio en cada ser humano un potencial para el bien. Su humildad y simplicidad le hizo perder la arrogancia y el deseo morboso de defenderse. Proyectó una niñez inocente en medio de la exuberancia. Motivó a los demás gobernantes del mundo a servir y no a ser servidos. No fue postmodernista, pero si pro-modernista. Su ruralidad fue ingrediente crucial para su urbanidad impecable. Entendió la complejidad de la política y la diplomacia sin herir los de afuera, pero exigiendo lo justo para el beneficio de los de adentro.
Mandela es la personificación del hombre de Estado dispuesto a sobrevivir entre el infortunio y la bonanza. Mantenía la barca a flote cuando el mar parecía más bravío. Usaba su cerebro en lugar de sus músculos. No hizo de su África el mejor lugar del mundo, sin embargo logró colocarla como modelo para un intento de paz entre sus habitantes. Defendió su dignidad con valentía y sin violencia.
Enseñó a la humanidad que la violencia postra nuestras conductas y nos rebaja a la condición animal. Mandela fue una flor aprisionada por muchos años, pero su perfume y fragancia fue paliativo para los encarcelados de su grupo político y para todos los que se relacionaban con la prisión. El perfume de esta flor se extendió fuera de los límites carcelarios y llegó a perfumar a África del Sur y a todo el continente africano. Todavía sus enemigos aspiraban la fragancia de esa flor.
Estimados lectores me gustaría tener sus reacciones.