Si hacemos una evaluación de los primeros cinco meses de gobierno del presidente Medina, tenemos que concluir que han sido positivos. Danilo se ha comportado como un ciudadano normal, no un predestinado. Ha gobernado con sencillez. Cuando viaja al exterior lo ha hecho con moderación. Su gobierno está teniendo una orientación social muy marcada, en contraste con su antecesor.
Está tratando de controlar el gasto dispendioso tan arraigado en algunos funcionarios de su partido. Las obras públicas están mejor orientadas hacia proyectos menos ambiciosos y socialmente necesarios. Ha enfrentado el narcotráfico con mayor determinación. Se ha preocupado por constatar personalmente los problemas de los más humildes. Ha hecho algunos intentos para frenar la corrupción pública. En fin, ha mostrado un contraste muy marcado con el gobierno pasado.
Sin embargo, el dilema que se le presenta a un gran segmento de la población, es si como consecuencia de esa conducta positiva, decide dar su apoyo, aunque sea moral, a esta nueva administración. Decimos que es un dilema porque nadie le puede garantizar a la población que ese apoyo no traerá como consecuencia la vuelta al pasado dentro de tres años y medio. La vuelta a un pasado caracterizado por el abuso del poder, la tolerancia a la corrupción, la idolatría al líder, el control absoluto de los poderes públicos, el gasto descontrolado, la compra de conciencia, el fomento del clientelismo, el endeudamiento excesivo y el haber convertido la función pública en la forma más expedita de acumular riqueza y de disfrutar de un gasto dispendioso, sin ninguna consecuencia posterior. Frente a este dilema, ¿qué puede hacer la población? Lo más sensato sería darle el beneficio de la duda a esta nueva administración, pero observando sus futuras actuaciones para ver si la conducta de estos primeros cinco meses se mantendrá y se consolidará en lo que resta del actual período presidencial, cambiando así el rumbo de su organización política.
Si Danilo y sus colaboradores logran salir airosos en la delicada tarea que tienen en sus manos, entonces su partido podrá recuperar parte de la esperanza que en él tenían algunos segmentos de la población que hoy todavía están indignados por las deformaciones que se produjeron en la pasada administración.
En definitiva, si el Presidente mantiene una conducta coherente con los principios éticos y la orientación social del fundador de su partido, posiblemente no tendrán que recurrir nuevamente a la abominable práctica de compras de votos electorales, tampoco a tratar de destruir reputaciones personales. Asimismo, no tendrán que fomentar el divisionismo de sus contrincantes y mucho menos tendrán que usar irresponsablemente los recursos públicos para captar adeptos. De esta forma, al final todos nos beneficiaremos. Los de arriba y los de abajo.