Muchos sabemos y algunos lo expresamos públicamente que las cosas en el país no van por buen camino y que de no hacerse las debidas correcciones las consecuencias pueden ser muy negativas.
Sin embargo, causa extrañeza que lo que es causa de preocupación para unos, no lo sea para otros, sobre todo para nuestras autoridades que son las que más información tienen sobre todos los temas nacionales y por tanto conocen mejor que nadie la crítica situación del país.
Y no solo es eso, es que el gobierno siente molestia de que le mencionen estos temas y lo que es peor aún, es que muchos sectores de la sociedad representados en organizaciones, ante el temor de no irritar a las autoridades prefieren murmurar a escondidas y no dar la cara haciendo llamados responsables de atención sobre aspectos que atañen a la Nación y por tanto a todos los dominicanos.
Esa es la consecuencia de que no exista el debido contrapeso entre los poderes del Estado y de que haya un dominio absoluto de la política por el partido de gobierno, lo que les ha permitido ensanchar su radio de acción a todos los ámbitos, incluyendo los negocios.
Y si a esto le sumamos que la Administración ha sido muy eficiente en estructurar una plataforma de comunicaciones que se encarga de hacer ver a la gente lo que el gobierno quiere que vea y de ocultarle o disfrazarle lo que no quiere que vea, el problema se hace todavía más complicado; sobre todo porque esa propaganda encuentra poderosos aliados en organismos multilaterales y agencias calificadoras de riesgo, que a pesar de la existencia de claras señales de alarma están dispuestos a seguir elogiando el continuo crecimiento económico y a aumentar el endeudamiento, como también lo hicieron en otros países que luego cayeron en calamitosas situaciones.
La gente quisiera que todo estuviera bien y que el Estado siguiera siendo el benefactor de su clientela y botín político para los aliados al poder, pero no mide las consecuencias de la insostenibilidad de ese modelo. Brasil, otrora paradigma para muchos, particularmente del partido oficial y gobierno de turno, está viviendo el desmoronamiento de su modelo asistencialista plagado de corrupción, que nuevamente ha sumergido su economía en una grave crisis.
Pero lo cierto es que no estamos bien, y cómo vamos a estarlo si tenemos años de déficit recurrente el cual actualmente es de aproximadamente un 3% del PIB, porcentaje que al sumarle el déficit cuasifiscal del Banco Central llega a un 5% y la deuda pública consolidada casi alcanza el 50% del PIB.
Lo peor no son esas variables, sino la actitud de nuestras autoridades de negación del problema pues a lo que no existe no se le busca soluciones lo que podría agravar la situación.
Aunque son los funcionarios quienes toman las decisiones de Estado, es importante que sepan apreciar las señales y escuchar los llamados y que estén conscientes de las consecuencias de las mismas para toda la Nación, lo que solo se conseguirá cuando alguno haya pagado el costo de sus incorrectas decisiones.
Para el común de la gente la corrupción y los injustificados errores en el uso del 4% de educación, el abultado y todavía indeterminable gasto en la construcción de las plantas de Punta Catalina, el grave déficit del gobierno, las señales alarmantes de insostenibilidad de nuestro sistema presupuestario y fiscal, así como el proyectado agotamiento del abusado recurso al endeudamiento, son cosas que no se ven, porque los brillos y luces de la propaganda gubernamental los deslumbran con un esperanzador panorama que dista mucho de la realidad.