Hasta hace unas décadas la referencia de la exclusividad para vivir en la capital era Arroyo Hondo.Los sectores de altos ingresos del centro de la ciudad requerían de más espacio y mejor vegetación para construir sus residencias lejos del gran ruido urbano.
Distante en poder económico, pero muy cercana en posición geográfica ya estaba La Puya, que crecía como la portulaca o verdolaga.
El contraste saltaba y salta a la vista porque mientras unos viven arrabalizados y en la miseria, otros en la opulencia en majestuosas y confortables mansiones.
Solo una cañada divide un lugar de otro y mientras de un lado se observan casitas apiñadas enganchadas en altas lomas, sin espacios ni para una letrina, del otro lado el paraíso: lujosas mansiones como el residencial chino que hasta tiene un campo de golf, deporte propio de una determinada clase social.
En La Puya los apagones son de hasta 12 horas corridas, en Arroyo Hondo casi nunca se va la luz y cuando lo hace la gente ni cuenta se da porque sus plantas eléctricas entran con apenas pestañear.
De un lado, de lo que una vez fue un río y ahora una cañada por la cantidad de basura, la gente se muere de hambre y los servicios están ausentes, de otro prolifera la abundancia sin que se den cuenta del infierno de sus vecinos.
La Puya es uno de los barrios de mayor densidad poblacional, solo tiene tres calles, la Primera, La Segunda y la Tercera, lo demás son peatonales o callejones de hasta 70 metros que llegan hasta la cañada donde vive más gente que en la parte considerada más llana.
No caben dos vehículos al mismo tiempo por ningunas de las tres calles.
La economía del barrio
En la entrada se siente el dinamismo de una pobre economía con pequeños negocios de tiendas, mueblería, colmados, polleras y bancas de apuestas, pero al adentrarse la miseria golpea más y más en la cara de los visitantes que sorprende al llegar a un barranco, una especie de mirador, al observar a poca distancia las casas de los ricos.
Enilda Trinidad, dirigente de la junta de vecinos del lugar, dice que sus mayores problemas son los apagones, la delincuencia y la falta de empleos.
“El patrullaje policial no es bueno, pero de vez en cuando la Policía entra al barrio hace su batida y se lleva a algunos delincuentes, los pone tras las rejas y por eso se siente cierta tranquilidad”, dijo.
Wilkin Duarte tiene un colmado al final del sector y dice que las ventas no están buenas, pero lo que más le preocupa es la falta de energía eléctrica.
Él, como muchos otros moradores se sienten con derecho a un mejor servicio y a vivir con dignidad.
El caso de doña Josefina Encarnación es un ejemplo en el sector. Vive cerca del que una vez fue un río. No tiene estufa y cocina lo poco que suele conseguir lo prepara en tres piedras con pedazos de palos. Vive con su esposo de 70 años, que se dedica a recoger botellas, y un hijo que no trabaja. La amargura de la pobreza la expresa al soltar dos lágrimas por sus arrugadas y cicatrizadas mejillas.