La veda electoral para hacer proselitismo en nuestro país, aunque está establecida por ley, es letra muerta.Entre recorridos, visitas, canastas, discursos, entrega de afiches y actividades similares, el sentimiento colectivo es que la República Dominicana siempre está “en campaña” y la unión nueva vez de las elecciones congresuales y municipales con las presidenciales para alargar el tiempo entre los comicios no ha servido para frenar esta costumbre que mantiene en desasosiego a la población.
Y si la ley electoral es ignorada en aquellos aspectos que están claramente regulados, prohibidos y sancionados si ocurren a destiempo como la realización de mítines y pancartas, es un desborde de manifestaciones proselitistas lo que se encuentra a diario en otras áreas que aún escapan del radio de acción de la legalidad, como el twitter, facebook, myspace, instagram y otras redes sociales populares en un país muy comunicado como éste.
Si bien esto es un fenómeno que ocurre en casi todos los partidos políticos dominicanos, mientras el principal partido de oposición está distraído tratando de resolver sus intensos conflictos internos, es en el seno del partido de Gobierno en el que se han dado más claras muestras de proselitismo no canalizadas por la vía institucional de la entidad política.
Aunque sin dudas es legítima la expresión de aspiraciones a posiciones electivas, hacerlo de forma extemporánea puede conducir a la parcelación de organizaciones políticas, lo que, en el caso específico del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), indiscutiblemente puede tener un efecto muy negativo en el control de las riendas del Estado porque diluye los esfuerzos en competencias y querellas internas.
No es el momento para hablar de candidaturas, de “esperanzas para el 16”, de “el destino” o de que “con ella estamos con él”. Estos años son para unir fuerzas en torno a promesas gubernamentales que para ser cumplidas requieren voluntad, disposición y mucho trabajo, y si los funcionarios de primera línea están entretenidos en su intereses electorales personales, no hay manera de que puedan ser efectivos en tan fundamental labor.
El liderazgo político debería moderar por el momento el activismo y ejercitar su sentido de oportunidad, porque esta carrera descontrolada no sólo distrae de los objetivos más importantes para el bienestar de la colectividad dominicana, sino que además genera incertidumbre, satura los medios y la opinión pública e impide que el país pueda concentrarse en lo que debería ser su prioridad: la solución de los grandes problemas nacionales.