El primero en llevar la noticia del golpe fuera del Palacio Nacional fue un joven de veinte años, sobrino del Presidente, que no pudiendo controlar la curiosidad fue a toda prisa al despacho de su tío cuando se propalaron rumores de que algo olía mal en la sede del Poder Ejecutivo. Su involucramiento empezaría alrededor de las once de la noche del martes 24.
A esa hora, Fernando Ortiz Bosch se encontraba en el bar del Hotel Paz (después Hispaniola), en compañía del ministro de Educación, Buenaventura Sánchez Féliz. Ese era su lugar habitual de reunión y nada extraño tuvo que su madre, Ángela Bosch de Ortiz, hermana del mandatario, le llamara allí para informarle de “un movimiento raro” en el Palacio. Sin pérdida de tiempo, Fernando condujo su Chevy Nova modelo 1962 hasta allí y subió rápidamente las escaleras logrando entrar al despacho presidencial.
Permanecería unas dos horas en el lugar, ocupando su tiempo con entradas y salidas del despacho. La atmósfera se tornaba tensa a medida que llegaban los ministros convocados por Bosch y los jefes militares, portando éstos últimos armas largas. Cuando los oficiales ordenan la brusca salida de los civiles del despacho, Fernando Ortiz Bosch decide que es tiempo de él irse también para su casa. Bajó por un ascensor y al disponerse a abordar su automóvil lo detuvo el coronel Manuel Ramón Pagán Montás.
Haciendo acopio de sangre fría, el joven le espeta:
-¡El general Viñas Román me dice que me vaya y usted me detiene! ¿Qué hago, dígame?
-¡Váyase!- le responde autoritariamente.
Fernando no se hace repetir la orden y abandona el recinto del Palacio Nacional, dejando allí a su tío, el Presidente de la República, a merced de los militares.
Se dirige entonces a su casa, en la calle Polvorín, a poca distancia del céntrico Parque Independencia, para informar a su madre del golpe. En el trayecto alcanza a ver, pese a la oscuridad, a Rafael Faxas (Pipe), un alto dirigente del Catorce de Junio, que subía a pasos acelerados por la calle Estrelleta, abotonándose la camisa. Fernando Ortiz detuvo su marcha, sólo por unos instantes, frente al restaurante de Men, el chino, en la esquina de la calle Arzobispo Nouel, para advertir a su amigo Pipe de cuanto estaba ocurriendo. Faxas echó a correr en dirección desconocida.
Ya en su casa, Fernando le contó a su madre todo lo que había presenciado. Como testigo ocular de los hechos, él sabía la identidad de los golpistas. Si algo le ocurría a Bosch, Fernando sería un testigo excepcional. Por tanto, debía ponerse a resguardo. Su madre, que ejercía una gran autoridad sobre él, le ordena que se asile.
En tanto, ella toma el teléfono y consigue, después de algunas dificultades, entablar comunicación con Luis Amiama Tió. Su hijo, le dice, se encuentra asilado con una lista de todos los que habían tomado parte en el derrocamiento del Presidente. Por tanto tenían que garantizarle la vida de Bosch, su hermano.
Mientras su madre trataba de comunicarse con Amiama, Fernando fue en busca de su amigo Ángelo Porcella, un abogado y hacendado simpatizante del Gobierno. Porcella vivía en la número uno de la calle Duarte, en la zona colonial, ante un pequeño parque situado frente a la Iglesia del Convento, donde Ortiz deja su auto al cuidado de su amigo. Y en carro de éste, un Fiat blanco, se dirigen a la sede de la embajada de México. Cuando llegan allí eran las 7:30 a.m. y la ciudad, ajena en gran parte todavía al golpe de estado, empezaba a cobrar su ritmo habitual.
Estaba Ortiz en la galería, tocando a la puerta de la embajada, cuando el chirrido brusco de neumático les hizo volver la cara. Del automóvil de los hermanos Gianni y Liliana Cavagliano se apeó Manolo Tavárez, quien de inmediato saltó la pequeña verja de la casa y se le une. El embajador Ernesto Soto Reyes les recibió él mismo y les permite entrar al ser informado del golpe.
En la residencia del frente, donde vivía el coronel piloto Guarién Cabrera, se había doblado la custodia militar.
Fernando Ortiz pasaría varios días junto con Manolo Tavárez en la embajada de México. Más tarde, ese mismo miércoles 25, se refugiaron allí otros tres jóvenes alegando persecución política. Manolo y Fernando tenían la sospecha de que se trataba de policías enviados para vigilar al primero. Así lo dijeron al embajador y éste aisló a los “sospechosos” en una habitación.
En los días siguientes al golpe, las autoridades creían que era Máximo López Molina, el líder del Movimiento Popular Dominicano (MP) y no Manolo quien estaba oculto en la embajada. Tavárez y Ortiz llevaban pistolas al cinto cuando llegaron a la sede diplomática.
El embajador Soto Reyes se las quitó pero las puso en un lugar accesible en la eventualidad de que ambos las necesitaran. Esa noche, Manolo se puso melancólico mientras tumbaban cocos en el patio de la embajada. Hablaban del futuro. El líder del Catorce de Junio le confió que no tenía más camino que las guerrillas. Fernando trató de disuadirle explicándole que no existían condiciones para un alzamiento. Manolo admitió que lo entendía, pero él carecía de opciones.
-Yo he empeñado mi palabra. Y no puedo ser menos que Minerva (su esposa asesinada), ni ante mis hijos, ni ante mi país.
Fernando notó que Manolo tenía húmedos los ojos.
El líder izquierdista salió voluntariamente de la embajada días después, en horas de la madrugada, tal y como había llegado, saltando por una verja. Fernando Ortiz, en cambio, lo hizo con un salvoconducto a México, junto con otros cinco asilados, el 4 de octubre.
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El golpe de estado estropeó la luna de miel de otro miembro de la familia del Presidente. Su sobrina Milagros Ortiz Bosch, de 22 años, hermana de Fernando y asistente del mandatario, días antes había contraído nupcias con Joaquín Basanta, un argentino muy íntimo de Bosch y del presidente Rómulo Betancourt de Venezuela. Las bodas tuvieron lugar el sábado 21 y la pareja se fue de luna de miel al hotel Hamaca de Boca Chica. El domingo 22 se trasladaron al Hotel Montaña, en Jarabacoa.
Allí, esa noche, Milagros recibe una llamada telefónica del coronel Calderón con instrucciones del Presidente ordenándoles regresar de inmediato. “Hay problemas”, le dijo escuetamente. La pareja hizo las maletas y estuvo de regreso esa misma noche. En la casa de Bosch, se observaba una creciente expectación. Bienvenido Hazim Egel, Homero Hernández, Rafael Ellis Sánchez, este último de la seguridad del Presidente y Sacha Volman, apenas podían controlar la excitación. Bosch también abrigaba temores de una acción militar en su contra. Las informaciones le llegaban a través del Presidente de la Cámara de Diputados, Rafael Molina Ureña, que era su enlace con el coronel Fernández Domínguez. Los contactos entre éstos se realizaban en una pequeña casa de madera, propiedad del congresista, situada en la carretera Duarte, frente al barrio Los Prados. Milagros supo que el embajador Martin había visitado varias veces ese día al Presidente.
El martes 24, Día de Las Mercedes, parecía que la amenaza de un golpe había sido superada. Milagros y su esposo Joaquín Basanta pernoctaron la noche del lunes en casa del Presidente. En la tarde del martes, el propio jefe del Estado le dijo a la pareja que podían regresar a Jarabacoa, de donde él los había sacado, para terminar su luna de miel. “Todo está bajo control”, les asegura.
Confiados en que todo se ha arreglado y que el Gobierno ha conseguido salvar una crisis importante, Milagros y su esposo parten de nuevo, pero esta vez directamente hacia Sosúa, a disfrutar por fin de unos merecidos días de asueto, sol y playa en la intimidad.
Su ansiedad fue en aumento, sin embargo, al notar movimientos inusuales de tropas en la carretera. En el Cruce de Imbert se encuentran con el coronel Marcos Rivera Cuesta, subjefe del Ejército, quien les dice que los soldados y los blindados se dirigen a la frontera.
Tan pronto como hacen presencia en el hotel en Sosúa, en horas de la madrugada del miércoles 25, un maletero les informa rumores sobre un golpe de estado. Entre varias llamadas, Milagros hace una a su casa. Su madre, Ángela, enterada poco antes por su otro hijo Fernando de cuanto estaba ocurriendo en el Palacio Nacional, se lo confirma. Es una tragedia. Basanta recomienda irse del hotel, previniendo un registro en la búsqueda de ambos. Milagros, pese a su juventud, es una asistente de Bosch muy influyente, con tareas de Gobierno importantes bajo su responsabilidad directa. Guardan las maletas de nuevo en el baúl del pequeño Herald Triumph de Milagros que dejan en el parqueo y en la parte posterior de un camión de carga se trasladan a Santiago. Allí consiguen moverse a Santo Domingo en una camioneta, encima de inmensos racimos de plátanos. No era ésta precisamente la idea que ambos tenían de cómo pasar una luna de miel.
Después de una lenta e incómoda travesía, la pareja se detiene en una estación gasolinera a la entrada de la capital, en el kilómetro nueve. Milagros llevaba un pañuelo amarrado a su cabeza. Desde un teléfono público del negocio llama al número privado del aparato que Bosch tenía en la esquina derecha de su escritorio. Eran aproximadamente las dos y media de la tarde del miércoles 25. El propio Bosch levanta el auricular y reconoce inmediatamente su voz cuando ella le dice:
-Mis enemigos se creen que yo estoy bajando y yo me siento de pie sobre la tumba-, era una frase del prócer Fernando Arturo de Meriño, que ella trató de recitar de memoria para darle aliento. Bosch sólo acierta a recomendarle:
-Milagros, ¡cuídate!- añadiendo -¡Qué bueno que llegaste!
Después de dar vueltas por la ciudad, sin rumbo fijo, la pareja se dirige al Hotel Jaragua, cuyo administrador, Eddy Bogaert, les consigue una habitación. En este hotel permanecerían varios días, cambiando constantemente de habitación, por razones de seguridad. Lo primero que hizo Milagros fue teñirse el pelo de negro a blanco y colocarse unos lentes gruesos que modificaron completamente su apariencia. Basanta, que no era muy conocido, no tuvo necesidad de nada parecido.
La sobrina del Presidente derrocado hizo contacto con Ana Elisa Villanueva de Majluta, la esposa del ministro de Finanzas, detenido también en el Palacio Nacional. Con su ayuda trata en vano de reunir al partido. Tampoco logran ponerse en comunicación con oficiales adictos al Gobierno. Desesperadas, las dos mujeres deciden entonces presentarse a las puertas del mismo Palacio, lo cual hacen a las seis de la mañana del jueves 26. Ana Elisa empieza a gritarle improperios a los militares de puesto y atraído por el escándalo unas horas después baja ante ellas el general Hungría Morel, jefe del Ejército.
Presa de la indignación, Milagros le reprocha, rechazándole el saludo:
-General, a la mano que desconoce la voluntad del pueblo, no la voy a tocar.
Él le responde:
-¿Qué quieren ustedes?
-¡Entrar!
El general Hungría les permite entrar al Palacio y ambas se dirigen directamente al despacho de Bosch, cruzando entre pasillos llenos de militares fuertemente armados. Bosch tenía un aspecto de cansancio, con naciente barba y una bata de un fuerte color azul. Milagros comprende que no dispone de mucho tiempo y trata de acelerar la conversación. Hablan sobre el partido. No existe. De una reacción popular. No hay condiciones. De un contra-golpe militar. Eso puede producir un baño de sangre. Bosch decide enviar un mensaje al pueblo. Milagros lo alienta a escribirlo ahí mismo, de su puño y letra, para ellas darlo a conocer afuera, al país, al mundo, que observa con ansiedad y expectación el curso de los acontecimientos dominicanos. Bosch se sienta a redactarlo. Su mano corre firme sobre el papel. Sus ojos azules cobran de pronto vida, con una luz fulgurante, que no tenía cuando momentos antes las dos mujeres penetraron a la oficina.
Ana Elisa toma el mensaje, escrito a ambos lados de una sola página y lo guarda en su ropa interior, a resguardo de un posible registro. Animadas abandonan el despacho dejando al Presidente solo. Minutos más tarde, en la casa de la calle Polvorín, las dos mujeres entregan copias del documento de Bosch a la prensa. Tres periodistas dominicanos –Luis Ovidio Sigarán del Listín Diario y Manuel de Jesús Javier García y Manuel Pourié Cordero, de El Caribe– que las habían seguido tras haberlas vistos penetrar al despacho de Bosch, le preguntan cómo han dormido el ex Presidente y sus ministros detenidos.
-Han dormido el sueño plácido de los que no se han manchado- respondió la sobrina del presidente derrocado.
De ahí Milagros parte a una reunión clandestina con el secretario general del PRD, José Francisco Peña Gómez. Entre ambos redactan el primer documento que el partido daría a publicidad contra el golpe de estado.
El mensaje de Bosch fue publicado en las ediciones del Listín Diario y El Caribe del viernes 27 de septiembre. El texto decía:
“Al pueblo dominicano:
Ni vivos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se logrará de nosotros que cambiemos nuestra conducta.
Nos hemos opuesto y nos opondremos siempre a los privilegios, al robo, a la persecución, a la tortura.
Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su democracia con libertades humanas pero también con justicia social.
En siete meses de gobierno no hemos derramado una gota de sangre ni hemos ordenado una tortura, ni hemos aceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a manos de ladrones.
Hemos permitido toda clase de libertades y hemos tolerado toda clase de insultos, porque la democracia debe ser tolerante; pero no hemos tolerado persecuciones, ni crímenes, ni torturas, ni huelgas ilegales, ni robos, porque la democracia respeta al ser humano y exige que se respete el orden público y demanda honestidad.
Los hombres pueden caer pero los principios no. Nosotros podemos hacer pero el pueblo no debe permitir que caiga la dignidad democrática.
La democracia es un don del pueblo y a él le toca defenderla.
Mientras tanto, aquí estamos, dispuestos a seguir la voluntad del pueblo.
Juan Bosch, Palacio Nacional, 26 de septiembre del 1963”.
Por otra parte, el comunicado redactado por Milagros Ortiz Bosch y Peña Gómez llamaba al pueblo a resistir a “los traidores” que habían dado el golpe y del que se hace referencia más arriba.
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Santo Domingo vivió una de sus jornadas más agitadas y excitantes el miércoles 25, tras conocer el derrocamiento del Gobierno constitucional. Muchos hombres y mujeres tuvieron que esconderse o asilarse para salvar sus vidas o evitar ir a la cárcel o al exilio.
Temprano en la madrugada, Carmen Palacios, esposa de Ángel Miolán, jefe de la maquinaria del Partido Revolucionario Dominicano, oyó un ruido en las escaleras y fue a indagar. Los esposos Miolán vivían con sus tres hijos –Rafael (Fello), Carmen Victoria y Ángel Francisco, de 18, 16 y 12 años de edad, respectivamente- en el segundo piso de una modesta vivienda ubicada en la calle 19 de Marzo, frente a la residencia del doctor Viriato Fiallo, líder de la Unión Cívica Nacional. Carmen regresó asustada a la habitación donde dormía su esposo y le informó que policías con ametralladoras al mando del coronel José de Jesús Morillo López, estaban buscándole para hacerle preso.
-¡Esto se acabó!- le dijo su esposa, quien hab&iacu