Los intelectuales dominicanos de izquierda no alcanzan todavía a comprender la diferencia que existe entre una postura y una actitud revolucionaria. Entre nosotros abundan los dirigentes dispuestos a asumir la primera, que por regla general les reporta sus ventajas. Lo que no parece fácil es encontrar a personas dispuestas a sustentar lo segundo, es decir actitudes revolucionarias.
Las posturas revolucionarias tienen mucho que ver con lo que un dirigente o un militante sostengan en el plano de la ideología. Las actitudes revolucionarias con lo que una persona es en su vida diaria.
Una postura revolucionaria se asume abrazando simplemente el castrismo. Una conducta revolucionaria se alcanza al cabo de una larga vida de desprendimiento y servicio a la comunidad. He visto por eso a infinidad de marxistas reaccionarios y a un buen número de empresarios y exiliados cubanos revolucionarios. Siempre será más difícil mantener una conducta revolucionaria que una postura a favor de un efectivo cambio social.
Principalmente porque la mayoría de quienes alegan un historial revolucionario viven y actúan en constante riña con sus prédicas políticas.
Así se pueden ver a políticos corruptos, enriquecidos a expensas del Estado y del trabajo productivo del pueblo, vociferando en mítines y pontificando en programas de radio y televisión sobre la necesidad de cambiar las relaciones de producción y de hacer esto y aquello para transformar las condiciones de las masas desposeídas, y regresar después a sus lujosas mansiones para ahogar en whisky sus cantos de protestas.
Cualquier labor de filantropía es en el fondo más humanitaria que una protesta de cambio social formulada por uno de esos líderes que viven en nuestros países cediendo constantemente a la tentación el vicio y la riqueza y perpetuando su vigencia a base de pronunciamientos contra el sistema del que se nutren con abundancia.