Es ampliamente conocido el éxito de Brasil en la lucha contra la pobreza. En menos de una década, el Estado brasileño ha logrado reducir en algo más de la mitad su número de pobres e indigentes. Sus avances en materia de políticas sociales han servido de modelo al Gobierno dominicano para la definición de una serie de programas que buscan reducir el déficit social acumulado. Desde la pasada campaña electoral, se ha estado muy pendiente de lo que pasa en este país, buscando emular sus logros. ¿Estamos dispuestos también a evitar sus errores?
Las últimas semanas hemos sido testigos de las intensas protestas sociales que se han escenificado en Brasil. Millares de ciudadanos y de ciudadanas, principalmente de clase media, han aprovechado las facilidades de las redes sociales para convocar multitudinarias movilizaciones sociales en una gran parte de este país. Estas manifestaciones revelan que, al tiempo de atender las demandas sociales, se debe dar respuestas a expectativas ciudadanas que tienen que ver con la calidad del sistema político. Aunque todo comienza con una demanda puntual del movimiento cívico Pase Libre, a raíz del incremento en la tarifa del transporte público en varias ciudades de Brasil, la continuación de las luchas habla de un descontento ciudadano que va más allá de esta reivindicación. El estallido popular pone de relieve la profunda indignación frente a una democracia en la que aún persisten niveles amplios de desigualdad, extendidas prácticas de corrupción y un sistema que no posibilita la participación activa de sus ciudadanos.
La explicación más clara del propósito último de estas protestas populares la dio la propia presidente Dilma Rousseff, cuando al proponer un referéndum para la realización de reformas políticas, reconoció que “las calles nos están diciendo que quieren que el ciudadano, y no el poder económico, esté en primer lugar”. Ahí está el asunto. En la gente y no en la protección de las riquezas de algunos debe estar el centro del quehacer político.
La República Dominicana debe prestar atención a lo que está pasando en Brasil. Las reformas políticas e institucionales no pueden seguir aplazándose. Aunque actualmente no hay movimientos de protestas de importancia, esto no significa que no exista un generalizado descontento ciudadano. Todo lo contrario, el descontento crece fruto de un sistema de partidos que representa cada vez menos a la población y de prácticas políticas clientelares que propician la corrupción y promueven privilegios. No sigamos confiados en la desmovilización de la sociedad dominicana, mirémonos en el espejo de Brasil y como dice el refrán, pongamos nuestras barbas en remojo.