Hace poco estuvo circulando un video, que hay que ver, en el que don Pepín Corripio hablaba sobre el éxito y la suerte. En el mismo decía, entre otras cosas “…Hay gente que trabaja más que uno, que tiene mejores condiciones que uno que tiene éxito; y sin embargo no tiene éxito. El éxito no es un derecho… la exhibición del éxito además de ser peligrosa socialmente y negativa, es injusta…porque hay factores que le llegan a uno sin uno tener méritos para ello…”.
Para ser absolutamente racional a veces hay que creer en la suerte. A veces tiene un 80 % de influencia en un resultado, en otras tendrá 2 %. Siempre hay algo de suerte… buena o mala, mucha o poca; pero está ahí. Es una variable difícil de introducir en una ecuación. Quizás el concepto más cercano a la suerte es el denominado “error no observable” de la econometría. La econometría trata de estimar la incidencia que tienen las variables independientes sobre una dependiente, pero siempre queda un residuo; el “error no observable”, o la parte que no podemos explicar con lo que conocemos. Podemos pasar la vida buscando variables para atribuírsela, pero siempre quedará un “chin-chin” no explicado.
Si llegásemos a explicarnos al 100 % los resultados de lo que sea, seríamos conocedores de el DGP (data generating process)… o sea, conoceríamos el algoritmo exacto que genera lo que estamos tratando de explicar. Y ahí ya habría evidencia inequívoca de que vivimos en una matrix, o seríamos Dios o Neo. Y es que si alguien llegase a conocer ese proceso generador de data de la vida, primero, nadie le creería, y segundo, sería un tonto divulgándolo. Jugaría la Loto todos los días y la ganaría y sabría la fórmula exacta para ser presidente de USA o de cualquier país. Mientras tanto, como no podemos explicar ese residuo, lo llamamos suerte o introducimos el término “error residual” para poder decir que “la suerte realmente no existe…”. Sería aburridísimo conocer ese algoritmo total, que nos haga conocer los vericuetos últimos del significado de la vida y sus implicaciones sociales. Ser Dios. Los accidentes fortuitos parecen ser los cimientos de la civilización.
Estamos urgidos por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, decía Borges, quien todo lo sabía sobre dioses. ¿Cuál algoritmo construiría una mente absoluta? “En el lenguaje de un dios toda palabra enuncia la concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. La noción de un algoritmo divino parece blasfematoria, pero es que un dios sólo debe decir una palabra, y en esa palabra estará la plenitud”. Ipse dixit.