El buen amigo Rafael Molina Morrillo, director del periódico El Día, en su columna “Mis Buenos Días”, escribía la semana pasada cómo en diferentes sectores del país la autoestima ha decaído.Recuerdo la expresión reciente de un padre que, en un colegio privado, afirmaba que inscribía a sus dos hijas en los mejores centros educativos del país, sin importar el costo, para facilitar su ingreso a universidades del exterior y de esa manera estimularlas para que no retornaran a la República Dominicana.
Molina Morrillo escribe sobre comentarios que ha oído como los siguientes: “Este país no sirve”; “Sólo aquí se ven estas cosas”; “Si esto sucediera en otra parte, la cosas fueran distintas”; “Todos somos corruptos”.
Habría que analizar la causa de este pesimismo, sin necesidad de buscar culpables, sino soluciones. Ver si es generalizado o está concentrado en la clase media, o en la clase más pobre que se siente sin posibilidades de cambiar su situación.
Nuestra clase media lleva una pesada carga dada por los altos precios de combustibles, impuestos, una seguridad social todavía incompleta, altos costos de medicamentos. Además de esto, debe pagar colegios privados para la educación de sus hijos, porque las escuelas, y especialmente la preparación de muchos de nuestros maestros, son pobres.
Los bienes y servicios que consume les llegan a precios altos debido a los altos impuestos y por la ineficiencia de la economía, a partir de servicios como el transporte, tanto terrestre como marítimo, y de un Estado que se le dificulta el ahorro, más un sector productivo con bloqueos para alcanzar adecuados niveles de competitividad.
Hace muchos años leí sobre el modelo de Persson y Tabellini, quienes formularon la teoría de que la distribución de la riqueza es afectada cuando las enormes desigualdades generan políticas que afectan el ingreso y el crecimiento. Y perfectamente en nuestra economía podría estar dándose la situación de que a mayores impuestos más grande es la desigualdad económica, porque genera informalidad y aumenta el desequilibrio.
Incluso, estamos ante el fenómeno de la ausencia de oposición política que en alguna forma pudiera alentar esperanza aunque al final termine generando mayores problemas. Pero, peor aún, la desaparición de la llamada sociedad civil, la cual nunca entendí, que en algún momento asumía el rol de la oposición.
Siempre recuerdo, cuando era miembro de la Comisión de Ética, una conversación que sostuve con Ramón Tejada Holguín (no recuerdo si Gustavo Montalvo aún era parte de ese órgano) en la que discutíamos sobre la pertinencia de elecciones separadas.
Tejada Holguín decía que, de alguna forma, ese sistema mantenía las esperanzas de los que no tenían puestos en el Gobierno, pues solo había que esperar dos años y como las campañas empezaban inmediatamente los desempleados encontraban algún sustento en el clientelismo de los candidatos.
Esto podría, de alguna forma, explicar el descontento de mucha gente que hoy se siente frustrada, pues esos líderes de la sociedad civil ya no los representan, sus voces se han extinguido y la oportunidad de acceder a un puesto en el Gobierno se alarga ahora a cuatro años.
El partido de gobierno tiene en sus manos una gran oportunidad de cambiar esta percepción. Será poder por muchos años porque el liderazgo de oposición más fuerte se ha convertido en una ring sin sentido que nos recuerda la época dorada de Jack Veneno contra Relámpago Hernández (que en paz descanse).
Otros países tienen problemas más graves, inflación descontrolada, gobernantes de baja aceptación (que en nuestro caso es todo lo contrario) crisis cambiaria, problemas de seguridad, que los nuestros se quedan muy pequeños frente al de muchos de nuestros vecinos.
En las encuestas, el fenómeno de la corrupción queda en uno de los últimos lugares en la preocupación de la ciudadanía, y esto podría ser la razón de lo que ha oído Molina Morrillo: “Todos somos corruptos”. En palabras de quienes somos economistas la expresión sería que hay una propensión marginal a ser corruptos.
Sin duda, hemos olvidado las consignas de los tres partidos principales “Sin Injusticia ni privilegios”, “El partido de la esperanza nacional’ o la de “Servir al partido para servir al pueblo”.
Los empresarios hemos atomizado nuestro liderazgo por la conveniencia individual y hacemos, al igual que muchos políticos, alardes innecesarios de opulencia, mientras muchos batallan por lograr el sustento diario.
A pesar de todo, no pierdo el optimismo al igual que el amigo Rafael. Estamos a tiempo de hacer los cambios necesarios, sin necesidad de que los mismos impliquen grandes sacrificios, si los realizamos a tiempo, si nos focalizamos en el ahorro, que es el único camino del progreso individual y colectivo.
Tengo que confesar que no dejo de tener mis preocupaciones porque no cabe duda que tenemos una economía estable, pero débil. Cualquier cambio en el entorno internacional podría tener consecuencias difíciles para un país altamente endeudado, con un presupuesto altamente comprometido y una tendencia al despilfarro de todos los sectores. Nos quejamos de la seguridad, pero es mucho mejor la nuestra que la de muchos de nuestros vecinos. A pesar del caos del tránsito y de la indiferencia de muchos funcionarios que no actúan al nivel del Presidente, seguimos siendo la segunda nación más feliz del mundo.