Mu-Kien adriana sang
historiadora
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Cautivo estoy, negro nací.
Esclavo soy, soy lucumí.
Esclavo soy, negro nací.
Negro es mi color
y negra es mi suerte.
Pobre de mí, sufriendo voy
este cruel dolor
ay! hasta la muerte.
Soy lucumí cautivo,
sin la libertad no vivo
que los negros libres
un día serán.
Ay! mi negra pancha
vamos a bailar,
que los negros libres
un día serán.
Esclavo soy, negro nací.
Negro es mi color
y negra es mi suerte.
Pobre de mí, sufriendo voy
este cruel dolor
ay! hasta la muerte.
Soy lucumí cautivo,
sin la libertad no vivo
que los negros libres
un día serán.
Ay! mi negra pancha
vamos a bailar,
que los negros libres
un día serán
Letra: Aurelio Riancho
Música: Eliseo Grenet
Continuamos con el análisis del interesante libro de Laënne Hurbon, Comprender Haití. Ensayo sobre el Estado, la nación y la cultura, París, Ediciones Karthala. En el artículo de esta semana abordaremos cómo funcionó el sistema esclavista en el Estado duvalierista. Parte de la premisa importante sobre el efecto del “Código Negro” en la mentalidad de los esclavos, convertidos por obra y gracia de la independencia en ciudadanos.
Recordemos que el Código Negro fue un edicto del Rey sobre los esclavos en las islas de América en 1680; que luego fue reafirmado en el Código Negro o la Real Cédula sobre educación, trato y ocupación de los esclavos de 1789.
El hecho de que en estas cédulas reales, los reyes imperiales decretaron por obra y gracia de su imaginación que los esclavos no eran personas, ya que no estaban sujetos a ningún derecho, y, peor aún, ser tratados como simples mercancías. ¿Cómo podía hacerse una transición sin traumas el pasar de esclavo a ciudadano? Como dice Hurbon, el gran desafío era que la masa de los esclavos, convertidos ahora en pueblo, pudiesen construir una nación soberana e independiente.
Al llegar Duvalier al poder, aprovechó esta condición del imaginario colectivo, para convertir a los ahora ciudadanos en nuevos esclavos; es decir, en grupos humanos que no eran sujetos de derecho, pero obligados por la fuerza y el dominio de la conciencia, a convertirse en servidores de una especie de nuevo rey, déspota y cruel, en quien se concentraba el poder del pueblo, de la nación y del Estado.
Peor aún, como sigue exponiendo el autor, el régimen totalitario duvalierista, era incompetente, corrupto, con la pesadilla de un complejo de inferioridad que se presentaba como de superioridad, que se sustentaba en la creencia de la acumulación mágico-simbólica y material. Lo esencial, dice Hurbon, es comprender que el Estado duvalierista, es el resultado de un duvalierismo petrificado, que buscó, y lo logró, destruir lo poco que se había construido en el lento proceso de hacer nacer una nueva nación, fue destruido por las garras de la dictadura.
El control duvalierista fue tan grande que incluso la llamada clase media se sentía vigilada en su vida cotidiana. Una bala “perdida” podía matar a un inocente, a un turista; algunos transeúntes caminaban por las calles y podían ser apresados y torturados sin saber por qué. El terror fue el signo de la dictadura.
Se supone, dice Hurbon, que en la teoría política que la condición de ciudadanía la libertad es una condición intrínseca; y que, el paradigma de la dominación de un ser humano a otro se produce en la esclavitud, es decir, en la relación unilateral de amo-esclavo.
Parece ser que de Hobbes a Rousseau y a Hegel, el pensamiento de estos grandes teóricos de la política, todo se quedó en pura metáfora. En el caso haitiano y de su historia, nada es claro ni concreto.
La esclavitud, que duró más tres siglos, dejó intactos, después de la desaparición del amo, sus raíces y sus símbolos han quedado intactos en el imaginario y en el corazón de la sociedad haitiana y del Estado.
Duvalier llevó el despotismo a su máxima expresión en Haití, pero no fue el primero. Fue una herencia desde la construcción misma del Estado haitiano en 1804.
Desde entonces hasta nuestros días, dice Hurbon, el fantasma del amo ha estado presente en la vida, en la conciencia del pueblo. Es más, afirma el autor, en las leyes, decretos y circulares de los gobiernos desde 1804 hasta nuestros días, el Código Negro sigue presente. Sólo se ha camuflado.
El campesino se ve y se siente como un ser sin derecho y sobre todo, subordinado a un ser superior, llamado ahora Presidente, que no es más que una representación moderna del esclavo de antaño. ¿Cómo se explica -se pregunta el autor- que a pesar de la ayuda internacional en el campo, miles de millones de dólares, la agricultura no progresa? Los datos lo reflejan.
El PIB de la agricultura, que era de 50% del PIB a nivel nacional entre 1964/1969, bajó a 40% en 1974, y a partir de 1980 la baja es notoria.
A la salida del dictador, el fracaso de la política económica puesta en marcha por los Estados Unidos y los organismos internacionales, ha tenido que reconocerse.
La pregunta que se impone es ¿por qué? Hurbon dice que el fracaso es el producto del neoliberalismo imperante, el que se pretende que Haití forme parte del engranaje económico mundial, con una economía interna tan destruida y moribunda.
Afirma que la política neoliberal ha propiciado el contrabando, hecho que ha impedido el crecimiento de diferentes renglones de la economía haitiana. Uno de los casos que cita es el del arroz, cuya importación masiva hizo quebrar a los arroceros del río Artibonito.
Para Hurbon, los nuevos dueños de la situación, ahora con ropaje de modernidad y de un discurso capitalista, los imperios europeos y sobre todo los Estados Unidos, con su extrema intervención, han mantenido viva la ideología del amo, como había ocurrido siglos atrás.
Los nuevos maestros del Estado, han sido doctos en interiorizar el cliché de que el pueblo haitiano es inmaduro e incapaz de salir solo de su situación. La salida del duvalierismo aparece entonces como un elemento de la realidad que escapa al pueblo haitiano.
Uno puede preguntarse, dice el intelectual, si de la sociedad haitiana que intenta dirigirse hacia la democracia, no es también la crisis de las potencias mismas, amenazadas por la voluntad de un pueblo del tercer mundo que busca salir del imaginario de la esclavitud.
Estas reflexiones de Hurbon, nos obligan a reflexionar. ¿Tendrá razón el autor? Busquemos en nuestras conciencias las respuestas a tantas preguntas que nos surgieron a partir de la lectura de este libro. Hasta la próxima. l